(Publicado en LA RAZON)
Una de las pocas alegrías que a uno le ha reportado últimamente la calamitosa vida política de este país es ese enconado y genuino litigio personal que se trae desde hace tiempo, en el Congreso de Diputados, la veterana Teresa Fernández de la Vega con la «pobre» Soraya Sáenz de Santamaría. Es bonito, divertido y hasta subyugante –diría yo– el tipo de relación que hay entre esas dos mujeres, las caras de cabreo que la segunda consigue extraerle sistemáticamente a la primera, esos levantamientos de ceja y esas caídas de párpado de amargura profunda que se le ven a la Vice cuando la otra habla, esas impagables miradas de madrastrona… Confieso que me suelo llevar hasta la Coca-Cola y la bolsa de palomitas ante la tele para saborear esas escenas que me retrotraen a las películas de dibujos animados de mi niñez; para contemplar, sí, cómo se le afilan a la Fernández de la Vega los consumidos pómulos de mala de Walt Disney ante las críticas, las reprobaciones, la simple voz de la portavoz pepera y ante sus timbres o mohínes de Blancanieves marisabidilla.
Yo no sé si ese sector masoquista de la vieja derecha sociológica que tanto se queja de la presunta falta de garra en la actual derecha política se ha percatado del filón, del tesoro, de la gran mina a explotar que tiene en ese indisimulado y parlamentario «anti-idilio» del que hablo. Soraya tiene el don de sacarle a la Vice en el rostro todas las malas de la cinematografía infantil universal. Con sólo abrir la boca la convierte en la señorita Rotenmeyer y se convierte a sí misma, por efecto de rebote, en la encarnación de Heidi, lo que supone no ya una victoria dialéctica sino ideológica porque Heidi es la izquierda, como todo el mundo sabe. Quiero decir que Heidi representa esos valores que la izquierda pretende monopolizar eternamente en la demagogia del guiñol político en el que hasta la juventud, la inocencia y las mejillas rosadas se nos quieren presentar como rasgos progresistas. Soraya hace algo que no ha hecho antes nadie en la derecha española (ni siquiera Gallardón) y es invertir los papeles haciendo que su rival los pierda. Cuando uno ve a Heidi-Soraya luciendo sus pantalones vaqueros, su discursete bien preparado y su título de abogada del Estado ganado por oposición frente a una señora bien que fue una vez juez a dedo, que estrena ahora modelito diario y que pierde fácilmente la calma, se pregunta quién es aquí de las dos la pija. Soraya le ha tomado la medida a la Vice y ese numerito está animando una vida parlamentaria que es espantosamente aburrida desde la Transición y desde las soflamas estalinistas de Sarasqueta. Desde entonces todo se fue volviendo cada vez más gris y políticamente correcto. El éxito de Soraya reside en que es mujer y en que, como tal, puede hacer un discurso que, en otro caso, sería tachado, sin duda, de machista en nombre de ese feminismo mal entendido que no admite críticas y que rechaza precisamente el trato de igual a igual.
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