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(LA RAZÓN).- No entiendo, sinceramente, a ésos que me presentan como un dramón nacional que la marca de cava Freixenet repita anuncio en estas Navidades a consecuencia de la crisis y nos enseñe por la tele las mismas burbujas que el año pasado. No entiendo que sea para algunos una tragedia volver a ver a Gemma Mengual y al equipo español de natación sincronizada haciendo de burbuja. Decía Kierkegaard que «la felicidad reside en la repetición» y, por otra parte, hay que reconocer que no existe cosa más repetitiva que la Navidad. Ahí está su gracia, en lo que tiene de ritual que se reedita. Por lo tanto, si de lo que se trata es de tener unas Navidades felices, la mejor forma de conseguirlo es repetirnos en todo o por los menos amagar, con las repeticiones ceremoniales, que nos quedamos fijos en un ideal de Navidad eterna. Lo malo es que la idea de Freixenet es una utopía. Lo malo es que pasamos; que envejecemos; que el tiempo nos lleva y que ocurre lo que dice ese villancico filosófico y demoledor que debió de idear algún angelito existencialista que se coló en el portal de Belén: «La Nochebuena se viene, tururú, la Nochebuena se va. Y nosotros nos iremos, tururú, y no volveremos más». Las burbujas de Freixenet del 2008 se vienen en el 2009, como la Nochebuena, no para desafiar al tiempo ni para falsear el lado feo de la existencia sino para adaptarse a éste y a sus economías. A las burbujas de Freixenet no se les caen los anillos por repetir el numerito del año pasado y vuelven a zambullirse en su océano de purpurina y a nadar con modestia, con disciplina, con espíritu de servicio y un alto sentido de la responsabilidad. Yo es que creo que las burbujas de Freixenet son más realistas, más cabales y más patrióticas que este Gobierno. Yo es que creo que el Gobierno, las autonomías, las empresas, los asalariados, todos nosotros deberíamos tomar ejemplo de la iniciativa sensata de Freixenet. «Freixenet deberíamos ser todos». Yo lo que no entiendo es que unos lloren porque Freixenet no ha usado burbujas nuevas y otros porque el Gobierno vive dentro de una burbuja sin parar de gastar en su champán publicitario y otros por la burbuja económica de la Nochevieja inmobiliaria en la que hemos vivido en los últimos años. ¿En qué quedamos? Yo es que no entiendo a ese tipo de gente que pide un crédito bancario para pagarse una boda de trescientos comensales. Una boda de ésas hay que tenerla cuando uno no necesita pedir créditos. A mí es que me tranquiliza que haya una empresa que decida apretarse el cinturón en lo más superfluo, o sea que haga pagar la crisis a las burbujas y no a los empleados. Y decir estas cosas elementales no es estar ni contra la publicidad ni contra el matrimonio.
(LA RAZÓN).- No entiendo, sinceramente, a ésos que me presentan como un dramón nacional que la marca de cava Freixenet repita anuncio en estas Navidades a consecuencia de la crisis y nos enseñe por la tele las mismas burbujas que el año pasado. No entiendo que sea para algunos una tragedia volver a ver a Gemma Mengual y al equipo español de natación sincronizada haciendo de burbuja. Decía Kierkegaard que «la felicidad reside en la repetición» y, por otra parte, hay que reconocer que no existe cosa más repetitiva que la Navidad. Ahí está su gracia, en lo que tiene de ritual que se reedita. Por lo tanto, si de lo que se trata es de tener unas Navidades felices, la mejor forma de conseguirlo es repetirnos en todo o por los menos amagar, con las repeticiones ceremoniales, que nos quedamos fijos en un ideal de Navidad eterna. Lo malo es que la idea de Freixenet es una utopía. Lo malo es que pasamos; que envejecemos; que el tiempo nos lleva y que ocurre lo que dice ese villancico filosófico y demoledor que debió de idear algún angelito existencialista que se coló en el portal de Belén: «La Nochebuena se viene, tururú, la Nochebuena se va. Y nosotros nos iremos, tururú, y no volveremos más». Las burbujas de Freixenet del 2008 se vienen en el 2009, como la Nochebuena, no para desafiar al tiempo ni para falsear el lado feo de la existencia sino para adaptarse a éste y a sus economías. A las burbujas de Freixenet no se les caen los anillos por repetir el numerito del año pasado y vuelven a zambullirse en su océano de purpurina y a nadar con modestia, con disciplina, con espíritu de servicio y un alto sentido de la responsabilidad. Yo es que creo que las burbujas de Freixenet son más realistas, más cabales y más patrióticas que este Gobierno. Yo es que creo que el Gobierno, las autonomías, las empresas, los asalariados, todos nosotros deberíamos tomar ejemplo de la iniciativa sensata de Freixenet. «Freixenet deberíamos ser todos». Yo lo que no entiendo es que unos lloren porque Freixenet no ha usado burbujas nuevas y otros porque el Gobierno vive dentro de una burbuja sin parar de gastar en su champán publicitario y otros por la burbuja económica de la Nochevieja inmobiliaria en la que hemos vivido en los últimos años. ¿En qué quedamos? Yo es que no entiendo a ese tipo de gente que pide un crédito bancario para pagarse una boda de trescientos comensales. Una boda de ésas hay que tenerla cuando uno no necesita pedir créditos. A mí es que me tranquiliza que haya una empresa que decida apretarse el cinturón en lo más superfluo, o sea que haga pagar la crisis a las burbujas y no a los empleados. Y decir estas cosas elementales no es estar ni contra la publicidad ni contra el matrimonio.
No estamos hablando de una empresa que vaya mal en España sino que tiene su mayor porcentaje de ventas en los Estados Unidos. Quizá por eso, porque mira al exterior, ha sabido hacer un lema de ese chiste que presentaba al 2009 como «el año del consumismo», es decir el año en que todo el mundo tendría que conformarse con vivir «con su mismo coche», «con su mismo traje», «con su mismo anuncio»… Yo brindo, en fin, por esa burbuja repe, por esa burbuja austera pero alegre, por la burbuja solidaria, por la burbuja pobre. Y brindo con Freixenet, naturalmente.
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