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lunes, 15 de febrero de 2010

Joaquín Leguina: "Zapatero se ha cargado a sus sucesores"

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EL IMPARCIAL ENTREVISTA AL EX PRESIDENTE DE LA COMUNIDAD DE MADRID

Cuenta Joaquín Leguina que el cura invitó al moribundo general Narváez a confesar sus pecados y a perdonar a sus enemigos antes de abandonar la vida, pero éste le dijo que era imposible: los había matado a todos. "Con Zapatero ocurre lo mismo; se ha cargado a sus sucesores", concluye el ex presidente madrileño. Recibe a EL IMPARCIAL en su despacho del Consejo Consultivo de la Comunidad de Madrid, en el encuentro de la Gran Vía con la calle Alcalá. No parece estar de buen humor y mantiene en principio la pose del veterano cascarrabias, sólo pose, al que le encanta mantenerse vivo y escuchado. Pronto desenmascara su carácter y habla con pasión, sin perder un solo momento la ironía ni, por supuesto, la pose. Cercano en el trato y agradecido, abre las puertas a este periódico para hablar, entre otros asuntos, de su última novela, La luz crepuscular (Alfaguara), que lo ha devuelto a la primera plana mediática.


¿Cansado de tanta entrevista?
No lo sabe usted bien.

Ha vuelto a los medios gracias a la novela, pero le preguntamos por Zapatero.
Sí. A los periodistas no les interesan los libros, por lo que yo deduzco (sonríe socarronamente).

¿Cómo escribe?
Con pluma, con tinta negra y en cuaderno blanco, sin rayar. Luego, lo paso a ordenador y lo corrijo.

¿Cuánto tiempo le ha dedicado?
Mucho, me lo he tomado con mucha calma. Cuatro años, una cosa así.

¿Era una espina clavada contar esta historia?
Sí, tenía que hacer mis episodios personales, como Galdós hizo con los Nacionales.

¿Le atrae más lo real que la ficción?
Me gustan las dos cosas. Este libro está pensado como la novela de una generación. El personaje principal es un álter ego mío. Creo que puede ser significativa mi vida dentro de esa generación, la de los nacidos después de la Guerra, en el bando de los vencedores, así como asistir a su evolución, a sus cambios de una posición a otra y a cómo acaban del modo en que acaba el personaje, metido en política, primero más radical y luego más moderado.

¿Su memoria histórica como documentación?
Naturalmente. Para algunas partes he recurrido a apoyaturas porque la memoria es mala compañera y bastante traicionera, pero en partes enteras, como la de Chile, no he tenido que recurrir a nada. Por decirlo claro, lo he escrito de un tirón.

¿El resultado mejora las previsiones?
Eso nunca se sabe. Creo que era lo que quería hacer. He procurado cuidar el estilo y recurrir a un castellano limpio e inteligible. Me gusta que se entienda todo.

¿Le gusta?
Lo cuento bastante bien (ríe).

No quería ponerse medallas ni polemizar.
Quería que el libro destacara por la historia y por la emoción que pueda suscitar esa aventura vital. En toda novela, los personajes son la medida de todas las cosas. Vale más su construcción que todas las descripciones que puedas hacer, por ejemplo, de un paisaje. Es la textura del personaje su verosimilitud, sus pasiones las que cuentan a la hora de evaluar una novela.

Habla con cariño del pasado. ¿Pesimista ante el futuro?
No, no soy especialmente pesimista, aunque no sea tan optimista como el actual presidente del Gobierno. No es un arreglo de cuentas. El pasado está contado desde el momento actual, con la sabiduría o la posición que tiene el narrador ahora. Por tanto, no es una descripción exacta de lo vivido sino de cómo el autor lo ha vivido, que es un matiz diferente.

Habla de patriotas, forjados a base de adversidades que los ponían a prueba. ¿Muy diferentes a los políticos de ahora?
Cada uno es hijo de su momento. A los políticos que hicieron o hicimos la Transición nos tocó un momento muy especial en el que creo que estuvieron -yo estuve en un segundo nivel- los grandes líderes a la altura de las circunstancias. Estar a la altura de las circunstancias es poner los intereses de España, de la patria, por encima de los particulares o de partido. Creo que lo hicieron bien y hay que reconocérselo.

¿Quedan patriotas en la escena pública?
Quiero pensar que sí.

Cómo ve a los gobernados, ¿los ve dormidos?
Veo a la calle muy preocupada por la supervivencia, como es su obligación. Estamos en una situación muy difícil. Si no fuera así, estaríamos locos. Por otro lado, sí que hay demasiado sectarismo en España en el sentido de no darle al adversario ni agua, y eso no es bueno. Pensar que viene el lobo porque ganan los de enfrente no llega a buen puerto.

Con la que está cayendo, ¿cómo se explica que los políticos sean una de las principales preocupaciones de los españoles?
Por suerte, no tengo que contestar yo. Aquellos que nos tienen que solucionar los problemas no aparecen como solucionadores sino como un problema. Convendría que se lo hicieran mirar porque los elegimos para que alivien nuestras penas, no para que nos hagan más penosa la vida.

¿Cuál es su postura respecto a los rifirrafes entre Aguirre y Gallardón y Cobo?
Será que se pelean porque no tienen con quien hacerlo enfrente. Bien no les hace, creo yo, pero, más que lo que pueda ocurrir entre la señora Aguirre y el señor Gallardón, me preocupa mucho más lo que pasa en mi partido. Las últimas encuestas son muy malas y decepcionantes. Habría que intentar inyectar en nuestras filas algo más de optimismo para intentar convencer a la gente. La política, antes que cualquier otra cosa, es el convencimiento.

¿Y qué puede hacer Tomás Gómez?
Es alto, joven y ha sido un buen alcalde. Le deseo lo mejor, pero no le ha tocado en suerte el mejor momento para dejar de fumar, como dicen. La situación es dura para el PSOE.

¿Cuál es su diagnóstico?
El mal está dentro, es un partido ensimismado y endogámico y, mientras no se salga de ahí, será difícil conseguir éxitos en campo abierto.

¿Dónde están los buenos?
Hay muchísima gente. Mucha se ha retirado. Cuando llegaron los amigos de Zapatero diciendo que nos jubiláramos, muchos dijeron "ah, estupendo". Yo no soy de esos, pero entiendo que haya gente que ha tomado las de Villadiego. Por otro lado, creo que hay un cierto desprecio por los valores constitucionales más elementales. Respecto a la selección de personal, la Constitución es muy clara, dice que hay que valorar el mérito y la capacidad. El mérito es lo que se ha hecho en la vida y la capacidad, el talento. Hay que valorar esas cosas y no se está por la labor. ¿Dónde están los mecanismos de selección que utiliza el señor Zapatero? Ve uno a los ministros y ministras y se pregunta cómo se ha seleccionado eso. Dentro del partido, ese efecto está muy extendido.

¿Qué ministros le gustan?
No voy a dar nombres, algunos me gustan porque son amigos míos.

José María Barreda dijo que la lealtad implica crítica, pero no han sido bien recibidas sus palabras.
Dijo bien, estoy de acuerdo. Hay que ejercerla y yo la ejerzo, pero últimamente no abunda y sí el silencio y el aplauso.

¿Votaría a Zapatero en 2012?
Pues sí, qué remedio. Tengo la obligación.

¿Qué debe hacer para mantenerse en La Moncloa al menos hasta ese año?
No hace falta ser muy lince para saber que su mayor problema lo tiene en el Instituto Nacional de Estadística, que publica datos todos los días y no son buenos. Hay que cambiar los datos y no cambiando al director, sino cambiando la realidad.

Sabe que las críticas desde dentro, como las suyas, son más valiosas que las que llegan de fuera.
Vengo haciendo críticas desde hace ya tiempo y el tiempo me está dando la razón, lo cual es un triste consuelo.

¿Se le acerca gente que antes no lo hacía?
Seguramente, pero yo no me he movido de mi lugar. Lo veo lógico, es el juego. A lo que no estoy dispuesto es a estar callado para que no se aprovechen de mí.

¿Cuáles son ahora sus motivaciones literarias, después de quitarse la espina con La luz crepuscular?
No tengo nada concreto en mente, dudo entre escribir unos relatos o una novela. Estoy sobrevolando y hasta que no coja el cuaderno prefiero no adelantar nada.

¿Qué autores le están ayudando a llevar mejor estos días alborotados de promoción?
No hago otra cosa que leer, desde unos cuentos que han editado de gente norteamericana que desconocía absolutamente -unos me están gustando y otros no tanto-, a versos de René Char, poeta francés, en una buena edición de Galaxia Gutenberg. También estoy con Nabokov, con los cuentos completos, y da envidia. Escribe en un idioma que no es el suyo de nacimiento y es gracioso porque a Nabokov no le gustaba nada 'El Quijote'. Daba clases en una universidad americana y ponía a Cervantes fatal.

¿A qué edad va a jubilarse?
No me pienso jubilar, me moriré aquí o donde me pongan. Pienso que, antes de entrar a discutir la edad de jubilación, podría hacerse una cosa muy sencilla que es quitar la obligatoriedad de jubilarse. Me parece muy sano, pero hay otra gente, como yo, que no ve por qué tiene que jubilarse. Oiga, quite esa norma.

¿No le gusta la apacible vida del político retirado?
Me gusta la vida tranquila, como a cualquiera, pero no me veo jubilado, levantándome tarde, yendo a la obra a ver cómo trabajan los obreros. Me va más escribir, trabajar. Eso es lo que haré.

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