Entre los tres no suman los cien años. Por lo tanto, pertenecen a una generación que abrió los ojos en plena Transición. Ni conocieron a Franco ni mamaron las ubres del Régimen. Fueron educados en centros de enseñanza que padecían los primeros síntomas del nacionalismo enfermizo al que tendieron los dos grandes partidos, mitad por buenismo, mitad por complejos del pasado. Jorge Campos, Santiago Abascal y Albert Rivera son producto de una misma época.
Los tres coincidieron el pasado viernes, 12 de febrero, en Ses Cases de Sa Font Seca, una finca señorial del siglo XVII cercana a Palma de Mallorca, donde 600 personas celebraron el nacimiento de ‘Círculo Balear’, la asociación cívica de las islas que batalla contra la imposición lingüística y a favor de la libertad. Con esta justificación de existencia es difícil de asumir que la Transición haya concluido.
Jorge Campos preside ‘Círculo Balear’ desde que lo fundó hace una década, después de rebelarse contra la imposición del catalanismo en la Universidad. Su tarea no ha sido fácil. Ha tenido que enfrentarse, especialmente, a sus correligionarios del Partido Popular. O más bien no: a quienes se ha opuesto en estos diez años ha sido al pesebrismo que genera el poder y que busca la condescendencia con todos, también con los verdugos de la libertad. En ese sentido, Jorge, aunque conservador en lo ideológico, es enormemente revolucionario en su actitud: se ha puesto del lado de quien permitía la libertad lingüística, aunque ello supusiera alinearse con facciones del partido ignoradas o repudiadas en Génova. Y esto le merece una dosis extra de credibilidad.
Antes de finalizar el acto del viernes, Jorge Campos invitó a subir al escenario a dos hombres cuya presencia no era obligada: no debían recoger un premio, ni siquiera se les había adjudicado la función de entregarlos. Al alimón, Santiago Abascal y Albert Rivera expusieron los motivos por los que también se habían rebelado contra el sistema. En lo básico coincidían milimétricamente con Jorge Campos. Santiago Abascal, en el País Vasco, había tomado los mismos derroteros: alineado con María San Gil, ya no fue incluido en las listas de las últimas elecciones autonómicas en Euskadi.
En Cataluña, Albert Rivera, con ‘Ciudadanos’, se distanció y opuso a la política tradicional del Partido Popular y su querencia por los nacionalistas, a los que parece estar debiéndoles siempre la última ronda.
Los tres -Campos, Abascal y Rivera- nacieron en una misma generación, en un rincón distinto de España. Podrían haber engrosado las filas conservadoras sin ningún problema. Y ése era el inconveniente: que no tenían complejos. Complejos por defender la libertad lingüística, por no reconocer más nación que la española y por determinada actitud rebelde por no tragarse los clichés que incubó la Transición.
Hoy son casi tres outsiders esperando su momento. Aunque tendrán que enfrentarse al stablishment, que dice que hay quienes nacen para ser siempre poder y quienes vienen al mundo para ser siempre oposición.
Manuel Romero (La Voz Libre)
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