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(Publicado en La Razón)
Hacerse mayor empieza a convertirse en un actividad peligrosa en este país. A la vez que al Gobierno más inoperante de la Democracia se le ocurre la idea de aplazar la edad de las jubilaciones, me encuentro con la noticia de que en un centro concertado por el Servicio Catalán de Salud han infectado de hepatitis C a siete pacientes de avanzada edad que acudían a sesiones de diálisis y a los que los médicos les han dicho que «no se tienen de qué preocupar porque la enfermedad tarda veinte años en manifestarse». Un buen argumento que no tiene mucho de hipocrático y que puede traducirse de este consolador modo: «Para cuando lleguen las fechas en que el virus tendría que empezar a hacer de las suyas, ya estarán todos ustedes criando malvas, así que tranquilos y a no darnos la chapa aquí con reclamaciones». El hecho de que uno de esos pacientes se haya visto forzado a renunciar por culpa de la infección al transplante de riñón que llevaba esperando cuatro años es al parecer peccata minuta. Es decir que, por un lado, nos cuentan la película de que la vida es bella y larga además de rentable y productiva para el Estado, pero, por otro, cuando la quieres vivir con un poco de alegría y de salud (o sea con una mínima calidad de vida), te sueltan que a partir de esa edad en la cual han pensado seguir explotándote da igual que te contagies de hepatitis, de lepra o de peste bubónica.
A mí este caso me ha recordado al de una amiga mía, Laly Ruiz, que ha hecho toda la vida programas televisivos de gimnasia y que cumplió hace tiempo los sesenta años pero mantiene unas constantes vitales y una articulaciones de una chica de treinta. Laly enseña a las jóvenes a estar como ella sin ponerse tetas ni nalgas de goma. Les enseña a estar bien en lo que hay que estar bien –en el motor, no sólo en la carrocería– y me cuenta divertida que este verano fue a un oculista que, al comprobar su edad, le dijo que no le merecía la pena tratarse: «¡Total, para lo que le queda!». A mí esa salida me parece muy ilustrativa. Yo ya sé que no todos los médicos son iguales, como sé que Laly llorará en el entierro de ese imbécil y como sé también que en ese gremio hay una contradicción más extendida de lo deseable. Se incita al paciente de la tercera edad a que se haga la cirugía estética de todo (o sea a que se deje la pasta), pero en cuanto tiene un problema de salud real se empiezan a hacer feos calculillos sobre el gasto asumible que eso supone para la Seguridad Social. Algo de ese criterio hay en el desdichado caso catalán de los pacientes contagiados de hepatitis, a los que no se les explica ni cómo ni cuándo ni por qué fueron infectados, pero sí las precauciones que deben tomar para no contagiar a los familiares.
Uno, que cumplió anteayer cincuenta y tres años, no sabe si se está metiendo en la segunda edad y media o en un colectivo de alto riesgo. Hacerse mayor está cada vez más duro en España. Otro amigo mío andaba deprimido porque no sabía qué iba a hacer cuando se jubilara. En cuanto ha sabido que le quieren retrasar esa fecha «tan terrible» se le ha quitado la depresión echando leches y se ha afiliado al PP. Ahora sólo tiene una frase en la boca: «Este Gobierno tiene que caer».
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