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sábado, 27 de febrero de 2010

Ya que estamos en ello … hablemos de las bragas de Rosa Díez

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(del blog de Mikel Buesa)

Mi admirado José Luís Alvite, ese escritor de columnas periodísticas y, hace años, de intervenciones radiofónicas, que, como reveló una vez Carlos Herrera «no tiene nada en su archivo», ni siquiera sus propios textos, el mismo que dejó para la posteridad el mejor retrato de nuestra vicepresidenta del gobierno —«María Teresa Fernández de la Vega tiene una vacilante feminidad de mujer en cuya dehidratación van apareciendo, como marroquinería, los rasgos de Clint Eastwood», grabó sobre el papel de periódico—, ha reaccionado ahora en La Razón al exabrupto de Rosa Díez (esa diputada con nombre de partido) acerca de los gallegos en el sentido peyorativo del término. Su intervención no tiene desperdicio; y por ello la traigo aquí para coadyuvar a nuestra reflexión acerca del proceder de esta diputada que lleva nombre de partido, la misma que, seguramente amparada en su inmunidad como representante popular, se permite vomitar a diestro y siniestro, en especial sobre quienes han sido sus compañeros de partido, sea en el Psoe o en Upyd, los insultos que, como sentencia Alvite, debieran habar acabado antes en su «destino natural», o sea en las bragas.

Mikel Buesa (presidente del Foro Babia)

A continuación dejo, para general deleite, la columna de Alvite en La Razón de 27 de Noviembre de 2010.


Las bragas de Rosa Díez

Si uno se atiene a la reacción de quienes tienen por costumbre comentar estas cosas, en Galicia no ha gustado que, al calificar al presidente del Gobierno, Rosa Díez lo considerase «gallego en el sentido más peyorativo del término». Como gallego de nacimiento y de residencia me habría dolido mucho el comentario de la señora Díez si no fuese porque considero la suya una simple ligereza, algo que le salió a bombo y platillo por la boca lo mismo que podía haberle salido discretamente por el culo.

Ocurrió durante una entrevista televisada con Iñaki Gabilondo y yo supongo que a la buena de Rosa Díez la laxante luz del plató le desató la verborrea como podía haberle soltado la tripa la inquietante y escrutadora luz de la colonoscopia. Sin duda sería grave que su declaración la hubiese hecho después de pensarla, aunque, si bien se mira, Galicia sólo ha cosechado bofetadas cada vez que algún político aseguró pensar seriamente en ella. Aquí se tiene fe en pocas cosas y yo diría que incluso los bomberos desconfían de que para apagar el fuego les sirva de mucha ayuda la lluvia.

Como estamos acostumbrados a las bofetadas, algunos somos de la idea de que lo único que podemos hacer para no recibir tantos golpes es rezar para que se nos encoja la cara. Es de suponer que en las próximas elecciones el partido de Rosa Díez reciba en las urnas el castigo que probablemente merece su despectiva referencia a los gallegos, aunque no hay que descartar la posibilidad de que reciba un sorprendente espaldarazo, que en Galicia es una manera muy socorrida de castigar a los políticos cuando lo que se espera de ellos no es que nos gobiernen, sino que, pensando en escupirles, al menos estén localizables.

En una ocasión coincidí de madrugada en un burdel con el párroco de una feligresía próxima a Compostela y aunque yo evité incomodarle con preguntas, él se sintió en el deber moral de explicarse: «Son los inconvenientes pastorales, hijo. No puedo quedarme de brazos esperando a que vengan los pecadores a la iglesia. Por eso estoy aquí. Esto es Galicia. Y en Galicia, amigo mío… en Galicia, como tú bien sabes, a compartir la fe ayuda mucho haber compartido antes el dermatólogo». No sé lo que le diría aquel cura a Rosa Díez, pero puedo imaginarlo: «Las bragas tendrían que ser el destino natural de muchas de las cosas que echamos indebidamente por la boca»…

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