(El Correo Digital)
Fue como una regresión a la infancia, a aquellas lejanas e invernales tardes en las que un cura o una monja hacían tenebrosos altibajos con la voz para describirnos los pecados capitales y el infierno que nos esperaba por cometerlos. Me refiero a esa reciente e insólita experiencia de oír a la Fernández de la Vega diciéndole al partido de la oposición aquello de «ustedes lo que tienen es gula de poder». Lo mejor es cómo vocalizaba, cómo remarcaba, cómo ralentizaba la Vice la palabra 'gula' alargando la 'u' teatralmente hasta conseguir provocarte un sentimiento de culpabilidad y canguelo físicos que te habían abandonado desde la más tierna edad. ¿Desde cuándo uno no oía hablar de ese modo tan histriónicamente tétrico a alguien? ¿Desde cuándo no oía la palabra gula? ¿Quién habla ya hoy de la gula y quién siente por caer en ella los remordimientos a los que apelaba esa paradójica apóstola del laicismo?
Dejando aparte los recuerdos infantiles y las nostalgias, 'gula' es el exceso. ¿Cómo se puede acusar de tener 'gula de poder' al partido que está en la oposición y que no se jama un rosco? En todo caso el PP tendrá ansia, ambición, sed, 'hambre de poder', pero ¿gula? Hasta las metáforas deben tener sus reglas, su precisión y su proporción, su fundamento y su lógica. 'Gula de poder' tendrá aquél que lo está disfrutando desordenadamente y aun así no le parece bastante y quiere más y más poder y seguir engulléndolo y tragándolo y devorándolo. Semejante glotonería es posible porque el poder es una cosa que no engorda y la prueba la tenemos en la propia Vice, que sigue como una escoba después de seis años de ponerse las botas, de atragantarse, de comerse a puñados y a paladas y a dentelladas el poder hasta que éste se le está saliendo orgiástica y pecaminosamente por las orejas.
No. No me voy a poner yo también a hablar de la 'guuu…la de poder'. Dejo tales habilidades oratorias para ese nacional-laicismo de chichinabo que practica este Gobierno invocando no ya la gula sino la Bula de la Santa Cruzada para los que comulgan con él y se santiguan haciendo el signo de la ceja. Porque el zapaterismo no es una ideología sino una religión capaz de excomulgar al Papa en un cónclave del Congreso de Diputados; porque su mensaje de no fumar ni beber es de lo más pureta y sus gays son gente muy rara y conservadora que quiere casarse y tener doce hijos (o sea que son como Alberto Closas pero con pluma); porque lo que pide hoy Zapatero es la fe del carbonero y porque detrás de su intervencionismo sexual, de su manoseo a la cabecita de la juventud para hablarle al oído del aborto y la píldora y el preservativo y la masturbación, lo que anida no es la izquierda sino aquella impenitente pregunta del confesionario franquista: '¿Has tenido 'tocamieee…ntos', hijo?'.
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