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¿Podría la psicología inversa funcionar con Zapatero? Nuestro amigo Iñaki Ezkerra analiza esta posibilidad en su artículo de hoy en La Razón.
Viendo el rebote que se ha pillado el Gobierno por las aplazadas y moderadas críticas que le ha hecho el PP en relación con la chapuza del «Alakrana», me he acordado de un cura del colegio que solía contarnos el terrible castigo que ideó su padre para una ocasión en la que sacó muy malas notas. En vez de dejarle sin cine o sin postre, no se le ocurrió otra cosa al buen hombre que regalarle la bicicleta soñada y felicitarle delante de todos sus hermanos por el alto número de suspensos conseguidos. El educador de mi infancia contaba que, aunque incruento, aquél fue el mayor golpe a su orgullo que ha recibido en su vida y que le dolió más que si le hubiera dado su progenitor una paliza. Tanta vergüenza pasó al coger la bicicleta mientras oía los aplausos de su familia que nunca más volvió a tener un solo suspenso y, a partir de aquel instante, su obsesión fue hacerse merecedor de ese humillante regalo.
Uno baraja seriamente la posibilidad de hacerle un homenaje nacional a Zapatero, a Chacón, a Moratinos, a De la Vega… Pienso en un escarnio consistente en leer ante ellos unos emotivos discursos de reconocimiento y felicitación por lo maravilloso que ha sido tirarnos un montón de semanas viendo cómo se tambaleaba nuestro sistema judicial ante el pirata Willy, cómo éste anunciaba su conmovedora boda y hasta el pago de la entrada en el pisito con el dinero ganado honradamente en el chantaje; cómo el Gobierno pagaba ese dinero o –más grave todavía– cómo hacía el indigno e innecesario papel de mediador en el mismo para salvar la imagen y el buen nombre de los armadores porque, como bien se sabe y dicta el sentido del Estado, la imagen y la dignidad nacionales dan absolutamente igual. Aquí lo que importa es que los armadores queden intactos; que no se sepa ni quiénes son; que ni se les cite; que no reciban ni la más leve crítica por hacer negocio enviando a unos pescadores a las aguas más peligrosas del planeta. Aquí lo que hay que hacer es pagarles entre todos, entre el Gobierno de Zapatero y el de López, la protección, y poner la Marina española a su servicio para que sigan moviendo sus «atuneros acorazados» fuera de todas las zonas de seguridad. Uno propone un homenaje al Gobierno, sí, en el que se le reconozca la habilidad para meterse en el callejón sin salida de esa negociación anunciada a bombo y platillo que les ha hecho sentirse importantes a cuatro chorizos del Índico y les ha dado rango de Estado. Un homenaje que valore este episodio en su justa medida, no como un error sino como lo que es: la apoteosis política del zapaterismo y la consecuencia coherente de una «ideología» que se estrenó en el poder cuando otros cuatro desgarramantas iletrados decidieron cambiar el destino de España con unos cartuchos.
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