
En la vida hay otras cosas además de la política. Conviene recordarlo y conviene también cultivarlas, dejarse un espacio importante para la privacidad y el disfrute, la risa, la música, los atardeceres, los afectos familiares, las buenas amistades, la buena mesa, los buenos puros, los buenos brandys, lo bueno en fin. Lo bueno y lo que es un poco más de verdad que la política. A uno, sin ser político, sin haber tenido esa vocación jamás, le ha tocado por oficio y por inquietudes personales y por vasco -por una situación muy concreta y muy difícil de su tierra- acercarse demasiado a la vida política, a la muerte política y a la de verdad. Por esa razón cada vez le produce más cansancio y hastío el mundillo ése de las convenciones y los congresos y las ruedas de prensa de los partidos, el cartón piedra de los mítines, los elogios falsos y ampulosos y huecos de los expertos en dar puñaladas traperas, las sillas plegadas, las sillas abiertas, las banderas, las pancartas, los megáfonos, la tramoya de los cables de los amplificadores y de los focos, los pebeteros, los atriles, el circo de las tarimas y los zócalos descoloridos.. Le da a uno todo eso una sensación como de empacho y de farsa, de resaca de fiesta, de tarde de cine de la infancia a la hora del regreso a casa, de salida de los toros, de amanecer ahíto de Año Nuevo, de eso: de circo que están desmontando.

Otras cosas, sí, que no son la política: el amor, la amistad, el fuego, el calorcito de lo privado. Y la experiencia personal de la que hablo, la sensación particular que tiene uno, me parece trasladable al propio País Vasco. Ya es hora también de despolitizar el vino y el talo y la chistorra; de dejar de beber y de comer por la patria; de comenzar a hacerlo porque a uno le gusta, sin ejercer de vasco ni de nada. Yo creo que ya es hora de despolitizar hasta la política.
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