Frases para ciudadanos:

"Todos hemos nacido iguales, y los derechos de cada individuo disminuyen cuando los derechos de uno solo se ven amenazados". (J.F. Kennedy).

"Nada hay más poderoso en el mundo que una idea a la que le ha llegado su tiempo". (Victor Hugo)

jueves, 5 de noviembre de 2009

Ernesto Ladrón de Guevara: "Exiliados en democracia", un libro de imprescindible lectura

.
“Exiliados en democracia” es un oximorón. No son compatibles democracia y exilio. Si hay exilio, y vaya si lo ha habido en el País Vasco, no puede haber democracia. A tal efecto recuerdo el informe que el Comisario de Derechos Humanos emitió al Parlamento Europeo tras su supervisión de la situación vasca allá por el año 2003. No supimos nada después de ello, aunque, sin duda, la percepción de los europarlamentarios y de las instancias internacionales oficiales cambió tras décadas en las que había una relativa comprensión hacia algo, que siendo terrorismo puro y duro, era entendido como lucha por una liberación del Pueblo Vasco, como si éste fuera una colonia y España un Estado opresor. Pero ello no sucedió por generación espontánea. Si un grupo de personas inspiradas por un manifiesto redactado por Iñaki Ezkerra no hubiera ido primero a denunciar la situación vasca a Europa, Gil Robles, Comisario europeo de Derechos Humanos, no habría venido a inspeccionar la sojuzgada situación de los derechos civiles vascos. Para recoger hay que sembrar, y aquella embajada a las instituciones europeas, en la que participé yo mismo, tan criticada por todo los protagonistas de todos los bandos políticos a las pocas horas de producirse fue el punto de inflexión para el cambio de percepción y para la modificación de actitudes respecto al problema vasco, que no era otro que el problema de las libertades. Y en ello Iñaki Ezkerra no sólo fue inspirador sino autor intelectual.

Tampoco el movimiento cívico vasco experimentó un salto cualitativo enorme de forma espontánea. Iñaki Ezkerra fue artífice en 1998 de lo que luego sería la resistencia de Ermua personalizada por unos profesores, artistas e intelectuales que se unieron para constituir un Foro que al decir de Arzallus fue un faro, y que Ibarrola, con su genialidad creativa tradujo en forma de logotipo. Sin la iniciativa de Ezkerra reuniendo a unos pocos pensadores que luego aglutinaron a otros cuantos personajes de relieve moral e intelectual, probablemente aquel movimiento cívico no hubiera aparecido; y la respuesta a ETA y sus cómplices necesarios no hubiera sido igual. Hubiera seguido prevaleciendo aquel eslogan gandiano de perfiles planos con olor a sacristía: “necesitamos la paz”; a la que con tanto énfasis y como plataforma de salvación se agarraron los nacionalistas.

Digo esto porque el libro de Iñaki está fundamentado básicamente en una experiencia personal de la que soy testigo porque yo mismo la he compartido en varias de sus fases y certifico su veracidad. Iñaki Ezkerra es un buen conocedor de la realidad vasca por haberla sufrido en persona, y sobre todo por haber sido un protagonista necesario de lo que hemos venido a llamar “resistencia cívica” y de sus circunstancias.

El libro “Exiliados en democracia” es una plasmación del permanente esfuerzo que su autor ha desarrollado para describir la verdad con toda su crudeza, sin paliativos ni eufemismos. Y ello, por su propia naturaleza, constituye un hecho extraordinario. No es común este tipo de actitudes y producciones en un contexto en el que prima la frivolidad sobre las cuestiones trascendentes.

Doscientos mil vascos obligados a abandonar su tierra para huir, muchas veces dejando precipitadamente trabajos, empresas, familias, alegrías, éxitos y fracasos, vidas en definitiva. Ni tras la noche de los cristales rotos en la Alemania Nazi se produjo una diáspora de ese calibre (sólo fueron 30.000, que ya es bastante). Doscientos mil votos menos para las fuerzas constitucionalistas. Doscientas mil voces críticas privadas de emitir su criterio y de expresar su disidencia. Doscientos mil que tenían un efecto multiplicador en los silencios para los que nos quedábamos. Por si acaso…, para no quedar estigmatizados y en el ostracismo en el mejor de los casos. Por eso Ezkerra critica en su libro a algunos que abogaban por frentes constitucionalistas desde posiciones muy poco liberales, desprestigiando el propósito, en lugar de propugnar la regeneración democrática y ética de la política asumiendo los gestos como fines en sí mismos sin creerse en el fondo lo del cambio. Algo así como una prolongación de aquello que se decía cuando llegó la democracia: “contra Franco vivíamos mejor”, lo que equivaldría a “contra Arzallus estábamos mejor” Porque hay gentes que se conforman con vivir del testimonialismo.

Por eso Ezkerra alaba en su libro a quien realmente ha gestionado con eficacia el desplazamiento democrático del nacionalismo del poder, visualizando la alternancia y posibilitando un cambio de régimen sin alharacas ni gesticulaciones innecesarias, de forma natural, con inteligencia, el señor Basagoiti.

El libro de Iñaki Ezkerra no sólo es una descripción de la bancarrota de los valores morales y democráticos durante estos treinta últimos años en eso que llaman Euskadi o Euskalherria, y por contagio en el resto de España. El libro es algo más. Es un tratado de sociología política, de antropología cultural de la violencia. Es una taxonomía de los diferentes tipos que coinciden en eso que llamamos diáspora vasca. Trata un tema tan espinoso con una ironía sarcástica, inteligente, que hace de su lectura un placer, pues nada mejor que el humor, aunque esté repleto de espinas, para provocar con la hilaridad la reflexión ética, para llevarnos a conclusiones válidas, próximas al tratamiento científico de la realidad sociopolítica, sin contemplaciones ni contemporizaciones.

Entre esa variedad de represaliados, unos responden al perfil de exiliado auténtico, forzado por la necesidad y que hace abstracción o sublimación de su condición. Otros usurpan de una forma u otra el rol de resistente vasco obligado a irse, para presentarse como víctimas o rentabilizar dicho rol para atraer de forma narcisista la atención y ponerse al frente de la movida cuando el olor a pólvora ya se ha disipado. Son los dos polos en los que podríamos sintetizar la tipología.

Quizás, con cierta sorna, yo diría que Ezkerra se ha olvidado de alguna modalidad de exiliado, como el de “fin de semana”, entre los que yo me encuentro, constatable con sólo comparar a las siete de la tarde de los domingos, sobre todo si hace buen tiempo, la longitud de las caravanas de coches en dirección a Bilbao, procedentes de Cantabria, y ver los que vuelven de una ciudad tan preciosa como San Sebastián. Verán que el fenómeno no sólo es constatable, sino mensurable. Digno de una tesis doctoral de análisis psico-social. Todos sabemos el por qué.

El libro menciona, entre otras, una diáspora interior digna de periodismo de investigación, como es la de los cientos de ertzainas que tienen domicilio fuera de la Comunidad en la que sirven como policías. Algún día este fenómeno, entre otros, dará lugar a ímprobos y extensísimos trabajos que servirán para estudiar esta etapa histórica vasca, que esperemos sea un episodio pasajero tras el gobierno de Patxi López.

Como si fuera un caleidoscopio el autor hace un repaso del tipo de personajes que se han producido. Pero yo me quedo, a modo de necesaria síntesis del eje nuclear del libro con esta cita de una carta a modo de epílogo dirigida a Calleja, el periodista y autor del libro “La diáspora vasca”: “Me refiero a los fanáticos que siempre tienen en la boca la palabra ‘traidor’, que no saben de matices, que están esperando a que Ingrid Betancourt haga unas declaraciones polémicas y de corte buenista a favor del diálogo para lanzarse contra ella en lugar de rebatirle, para descalificarla y exigirle que devuelva el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia que le habían concedido, por ejemplo. Son seres que no distinguen entre una víctima y un cómplice de los verdugos, entre Ingrid Betancourt y Hugo Chávez, entre un político del régimen nacionalista y un periodista castigado por ese régimen.”

Mencionando al movimiento cívico, actualmente en descomposición, Ezkerra se pregunta “¿Por qué duerme el Movimiento Cívico? En mi opinión duerme porque las dos personas del mundo político, Rosa Díez y Jaime Mayor Oreja, que se acercaron y se pegaron a él como lapas para controlarlo, han decidido usarlo para su propio interés, convirtiendo los ‘principios’ en una estrategia personal. Porque los ‘principios sectarios’ han reemplazado a los principios compartidos’, sobre los que se fundó ese movimiento.”

Este libro tiene el valor de ser una buena taxonomía para distinguir lo que de bueno ha tenido este proceso de aquello que simplemente ha sido como la basurilla que queda tras todo hecho heroico. Ocurre en todas las situaciones sociales. Es necesario tenerlo en cuenta para distinguir la mena de la ganga. Y si algo ha tenido de bueno este proceso histórico vasco, de los treinta años de nacionalismo acompasado con el árbol de Arzallus y sus nueces, ha sido el que se han generado actos valiosos, actitudes nobles, conductas dignas de premio Nóbel, valores que no hubiesen aflorado en una situación normalizada, personajes irrepetibles repletos de honestidad y de coraje. Sólo por eso, quizás, ha podido merecer la pena. Pero, igualmente afirmo que, como dice Iñaki en su libro: “Una sociedad que esconde como un delito a sus héroes se está autodestruyendo en sus propios cimientos”. Como esos 241 guardias civiles asesinados por ETA, por no hacer recuento de los policías nacionales, ertzaintzas y miembros de las fuerzas armadas. Su supuesto delito fue haber defendido la idea de España, y servir en la defensa colectiva o en el cumplimiento de la ley y la persecución del delito.

Es de desear que el libro de Iñaki sirva para la reflexión, para revitalizar las iniciativas que permitan posibilitar la vuelta al País Vasco de los exiliados. De quienes vuelvan a tomar contacto con sus recuerdos y añoranzas. De quienes vean restituidos sus derechos civiles, su carta de ciudadanía vasca.

No hay comentarios: