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En cambio, sí se puede hablar de exiliados en la medida en que a estas personas les está vetado volver. Cuando uno se va por la amenaza violenta o por la presión del ambiente, se ha tomado una decisión que sólo puede cambiar en la medida en que desaparezcan esas condiciones. Por eso Iñaki Ezkerra insiste en que la tarea del nuevo Gobierno vasco es crear las condiciones del retorno más aún que la posibilidad del voto, como se ha dicho muchas veces.
Siguiendo con el debate del exilio y la patria, el libro toma nota de un hecho importante. Y es que el nacionalismo, más aún que el terrorismo, ha dinamitado el sueño universalista y cosmopolita en el que se han mecido varias generaciones de españoles que comprendieron su nacionalidad de forma abstracta, política, sin contenido moral ni compromisos con los que nos preceden. Un patriotismo de señoritos, podría decirse. Savater, ideólogo de Rosa Díez, es un buen ejemplo de esta actitud, como lo es Fernando Vallespín en el círculo de Rodríguez Zapatero. En realidad, esta lealtad puramente política ha propiciado el avance del nacionalismo y ha neutralizado, en nombre del desprecio al patriotismo español, aquello mismo que podría oponérsele. Es curioso que, de tan racional como pretende ser, esta actitud siga sin comprender el monstruo que ha alentado.
(LA RAZÓN)
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