Hoy sólo hay una noticia, la victoria de la Selección Española en la Eurocopa colapsa a todas las posibles noticias que puedan surgir hoy. En apenas unas horas, ya se han vertido ríos de tinta (y de webs), y poco más se puede decir. Pero entre todo lo publicado, hoy me ha gustado el editorial de El Diario Montañés:
El vibrante triunfo anoche de España en la Eurocopa, 44 años después del último y único título conseguido por la selección de fútbol en competición internacional, salda una deuda que siempre parecía imposible de pagar a una afición acostumbrada a encarar cada cita de renombre con el ánimo derrotista del que seguirá animando a su equipo aun sin esperar de él nada que lo distinga. Por ello, la victoria con toda autoridad ante una Alemania mucho más habituada a figurar en el palmarés de los grandes torneos recompensa, ante todo, a millones de seguidores que no sólo han exhibido su fervor ante los éxitos de esta Eurocopa, sino que han perseverado en su identificación con 'la roja' a pesar de las sucesivas decepciones sufridas, aún más frustrantes por comparación con la pujanza internacional de los clubes españoles y el prestigio de la Liga nacional. La entrega progresivamente ilusionada de todos esos aficionados ha enmarcado el excepcional rendimiento de los jugadores de Luis Aragonés, cuyo doctorado ha ganado brillo al tener que disputar el cetro continental ante dos selecciones tan bregadas como Italia y Alemania, que atesoran once títulos entre Mundiales y Eurocopas. La suerte para esta selección y quienes la arropan no es sólo haber conseguido un logro tan relevante con una edad media de apenas 26 años, lo que augura un amplio recorrido para sus integrantes, ni haberlo hecho desplegando fantasía con un oficio inesperado. Lo es, sobre todo, haber dado muestras de una mesura y una humildad inusuales, que han actuado como necesario contrapunto a la euforia desterrando, de paso, las apelaciones a la furia más aguerrida.
La selección ha disputado la Eurocopa exhibiendo gusto por el balón y respeto al adversario, lo que ha propiciado seguramente una identificación más genuina con sus integrantes. La habilidad para ganar y también para perder despertando simpatía está al alcance de muy pocos equipos, vinculados casi siempre al fútbol generoso y con ingenio. España ha procurado jugar así cada partido, un esfuerzo que ha contribuido a reforzar la comunión con los aficionados y que es justamente lo que más ha dejado en entredicho los comentarios peyorativos o desdeñosos de aquellos que han tratado de confrontar sentimientos nacionalistas, obviando la plural procedencia de los jugadores elegidos para enfundarse la misma camiseta. No deja de ser paradójico que esta selección haya despuntado bajo el mando de un entrenador tan asociado a algunos de los valores más tradicionales del fútbol español como desconcertante en su comportamiento, resumido en esa rara templanza en la asunción del éxito. Aragonés deja un legado que compromete a su sucesor en la apuesta por el juego distintivo, y sin otras estridencias que las que proporcionan la clase y el talento.
El vibrante triunfo anoche de España en la Eurocopa, 44 años después del último y único título conseguido por la selección de fútbol en competición internacional, salda una deuda que siempre parecía imposible de pagar a una afición acostumbrada a encarar cada cita de renombre con el ánimo derrotista del que seguirá animando a su equipo aun sin esperar de él nada que lo distinga. Por ello, la victoria con toda autoridad ante una Alemania mucho más habituada a figurar en el palmarés de los grandes torneos recompensa, ante todo, a millones de seguidores que no sólo han exhibido su fervor ante los éxitos de esta Eurocopa, sino que han perseverado en su identificación con 'la roja' a pesar de las sucesivas decepciones sufridas, aún más frustrantes por comparación con la pujanza internacional de los clubes españoles y el prestigio de la Liga nacional. La entrega progresivamente ilusionada de todos esos aficionados ha enmarcado el excepcional rendimiento de los jugadores de Luis Aragonés, cuyo doctorado ha ganado brillo al tener que disputar el cetro continental ante dos selecciones tan bregadas como Italia y Alemania, que atesoran once títulos entre Mundiales y Eurocopas. La suerte para esta selección y quienes la arropan no es sólo haber conseguido un logro tan relevante con una edad media de apenas 26 años, lo que augura un amplio recorrido para sus integrantes, ni haberlo hecho desplegando fantasía con un oficio inesperado. Lo es, sobre todo, haber dado muestras de una mesura y una humildad inusuales, que han actuado como necesario contrapunto a la euforia desterrando, de paso, las apelaciones a la furia más aguerrida.
La selección ha disputado la Eurocopa exhibiendo gusto por el balón y respeto al adversario, lo que ha propiciado seguramente una identificación más genuina con sus integrantes. La habilidad para ganar y también para perder despertando simpatía está al alcance de muy pocos equipos, vinculados casi siempre al fútbol generoso y con ingenio. España ha procurado jugar así cada partido, un esfuerzo que ha contribuido a reforzar la comunión con los aficionados y que es justamente lo que más ha dejado en entredicho los comentarios peyorativos o desdeñosos de aquellos que han tratado de confrontar sentimientos nacionalistas, obviando la plural procedencia de los jugadores elegidos para enfundarse la misma camiseta. No deja de ser paradójico que esta selección haya despuntado bajo el mando de un entrenador tan asociado a algunos de los valores más tradicionales del fútbol español como desconcertante en su comportamiento, resumido en esa rara templanza en la asunción del éxito. Aragonés deja un legado que compromete a su sucesor en la apuesta por el juego distintivo, y sin otras estridencias que las que proporcionan la clase y el talento.
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