Me encanta la ministra de Igual Da. Lo flipo con ella, que diría una víctima de la LOE. No sólo por su indudable solvencia como teórica del socialismo del siglo diecinueve, ni por sus evidentes méritos anatómicos –que tan celosa tienen a la vicepresidenta (Maritere no soporta que haya otra miembra más fashion en el Consejo de Ministros, donde actúa como árbitra de la elegancia femenina)–, sino por su manejo revolucionario del lenguaje.
Desde que asumió el cargo, sus aportaciones a la lengua castellana se cuentan por decenas. De hecho, Bibí sería una excelente ministra de Kultur, promontorio desde el cual también podría hacer mucho por el igualitarismo en el lenguaje, pues, por ejemplo, tendría la capacidad de decidir la cuantía de las subvenciones a la Real Academia de la Lengua en función de que sus miembros y miembras fueran o no receptivos/as a las sugerencias que tuviera a bien hacerles llegar.
La ignorancia de Bibi es insondable, inabarcable, inescrutable, inconmensurable, impenetrable, casi zapateril, pero es una ignorancia culta, a ver si me entienden. Quiero decir que no es que la ministra sea una burra estructural, como esos que mueven mucho las manos, hacen mohines ridículos con las cejas y la boca y recurren constantemente a la onomatopeya para hacerse entender. Todo lo contrario: se expresa con cierta corrección, muy en la línea del nivel medio del Gobierno del Adolescente. Lo que pasa es que sus argumentos suelen ser bastante chorras. Por cierto, y ahora que lo pienso, también en la línea habitual de los miembros y miembras del Consejo de Ministros.
La suerte que tenemos con Bibi es que su ministerio es absolutamente innecesario (como casi todos los demás, dicho sea de paso), gracias a lo cual puede emplear gran parte de su tiempo en reunirse con su equipo para organizar tormentas de ideas, de las que sale un raudal de propuestas para la renovación del idioma del Estado Español.
Hay, no obstante, mucho camino por recorrer. Por ejemplo, el puñetero Word no me reconoce el término miembra, y cada vez que lo escribo me lo subraya en rojo, como diciéndome: "Eh, burro, mira lo que acabas de escribir". Claro que tampoco me reconoce la palabra Word, que es lo mismo que si uno conociera todos los nombres del santoral menos el suyo propio. Bill Gates, el dueño del invento, estuvo a punto de ser demandado por la ministra egabrense (la CCCP) a causa de una pequeña controversia lingüística en los mecanismos de corrección del famoso procesador de textos, y si se libró de comparecer ante Garzón fue porque Zapatero le dio la boleta (a la CCCP, no a Gates; ni a Garzón). Pero como no está claro que Bibi, al contrario que Garzón, tenga jurisdicción en Silicon Valley, la Fistra ha preferido centrar su campaña por un lenguaje igualitario en la Academia de la Lengua, el último reducto del facherío, que aún se resiste a ser ocupado por las hordas progresistas.
Es cierto que allí dentro está el autor de La Rusa, pináculo de la literatura universal, y que más recientemente hizo su entrada triunfal en la Docta Casa el Nene Marías, a quien los críticos de La Fiera Literaria, la única publicación seria sobre literatura, acusan de ser el escritor que peor ha utilizado, utiliza y utilizará la lengua española. Pero dos luchadores progresistas no pueden por sí mismos acabar con la caspa reaccionaria que impregna la institución, ni siquiera estando auxiliados en las bandas por Pérez Reverte y Muñoz Molina.
En lo que no estoy de acuerdo con la ministra Aído es en su equiparación del término fistro con el de miembra en cuanto a méritos para figurar en el diccionario de la RAE, porque eso es menoscabar el prestigio de Chiquito de la Calzada, cuyas aportaciones filológicas al idioma del Estado Español están muy por encima de los empeños renovadores puestos en marcha por la Bibi. Chiquito, sencillamente, juega en otra liga. Así que, querida ministra, siga con su apasionante campaña para acabar con la inferiorización de las miembras por vía del lenguaje, pero deje en paz a los iconos del pensamiento contemporáneo. No me sea pecadora de la pradera.
La ignorancia de Bibi es insondable, inabarcable, inescrutable, inconmensurable, impenetrable, casi zapateril, pero es una ignorancia culta, a ver si me entienden. Quiero decir que no es que la ministra sea una burra estructural, como esos que mueven mucho las manos, hacen mohines ridículos con las cejas y la boca y recurren constantemente a la onomatopeya para hacerse entender. Todo lo contrario: se expresa con cierta corrección, muy en la línea del nivel medio del Gobierno del Adolescente. Lo que pasa es que sus argumentos suelen ser bastante chorras. Por cierto, y ahora que lo pienso, también en la línea habitual de los miembros y miembras del Consejo de Ministros.
La suerte que tenemos con Bibi es que su ministerio es absolutamente innecesario (como casi todos los demás, dicho sea de paso), gracias a lo cual puede emplear gran parte de su tiempo en reunirse con su equipo para organizar tormentas de ideas, de las que sale un raudal de propuestas para la renovación del idioma del Estado Español.
Hay, no obstante, mucho camino por recorrer. Por ejemplo, el puñetero Word no me reconoce el término miembra, y cada vez que lo escribo me lo subraya en rojo, como diciéndome: "Eh, burro, mira lo que acabas de escribir". Claro que tampoco me reconoce la palabra Word, que es lo mismo que si uno conociera todos los nombres del santoral menos el suyo propio. Bill Gates, el dueño del invento, estuvo a punto de ser demandado por la ministra egabrense (la CCCP) a causa de una pequeña controversia lingüística en los mecanismos de corrección del famoso procesador de textos, y si se libró de comparecer ante Garzón fue porque Zapatero le dio la boleta (a la CCCP, no a Gates; ni a Garzón). Pero como no está claro que Bibi, al contrario que Garzón, tenga jurisdicción en Silicon Valley, la Fistra ha preferido centrar su campaña por un lenguaje igualitario en la Academia de la Lengua, el último reducto del facherío, que aún se resiste a ser ocupado por las hordas progresistas.
Es cierto que allí dentro está el autor de La Rusa, pináculo de la literatura universal, y que más recientemente hizo su entrada triunfal en la Docta Casa el Nene Marías, a quien los críticos de La Fiera Literaria, la única publicación seria sobre literatura, acusan de ser el escritor que peor ha utilizado, utiliza y utilizará la lengua española. Pero dos luchadores progresistas no pueden por sí mismos acabar con la caspa reaccionaria que impregna la institución, ni siquiera estando auxiliados en las bandas por Pérez Reverte y Muñoz Molina.
En lo que no estoy de acuerdo con la ministra Aído es en su equiparación del término fistro con el de miembra en cuanto a méritos para figurar en el diccionario de la RAE, porque eso es menoscabar el prestigio de Chiquito de la Calzada, cuyas aportaciones filológicas al idioma del Estado Español están muy por encima de los empeños renovadores puestos en marcha por la Bibi. Chiquito, sencillamente, juega en otra liga. Así que, querida ministra, siga con su apasionante campaña para acabar con la inferiorización de las miembras por vía del lenguaje, pero deje en paz a los iconos del pensamiento contemporáneo. No me sea pecadora de la pradera.
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