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jueves, 5 de junio de 2008

Problema en Historia, conflicto en Bachillerato

Este es un artículo aparecido hoy en EL DIARIO MONTAÑES, que refleja desde la perspectiva de un profesor de Historia lo que está sucediendo hoy en día en la Educación. Esto nos afecta a todos, en todas las CC.AA., y empiezan a surgir voces, que al igual que las de quienes militamos en Ciudadanos, se dan cuenta del grave problema al que nos están abocando.

Problema en historia, conflicto en bachillerato

04.06.2008 - ANTONIO MARTÍN DOMÍNGUEZ

Una nueva modificación de los programas de bachillerato para el próximo curso ha abierto un frente de conflicto en varias Comunidades impulsado por diferente colectivos de profesores. En Cantabria, el impulso inicial lo hemos dado los profesores de Historia, debido a la reducción horaria de la Historia de España en 2º. Sin embargo, desde el primer momento hemos con el apoyo activo o implícito de profesores de otras materias, así como de alumnos y padres. Porque, más allá del problema específico de la Historia, lo que está aflorando son dos problemas muy serios. Por un lado, el disparate en que se están convirtiendo los programas de secundaria y bachillerato; por otro la gestión de la secundaria por una Consejería que evidencia día tras día su desconocimiento la realidad de los Institutos, que ha recurrido al ocultismo para gestionar los últimos cambios y que no quiere escuchar el clamor del profesorado para poner sensatez en cuestiones tan importantes como el diseño de los programas de enseñanza, la evaluación y la promoción de curso. La Consejería quizá crea que tiene un problema con "los de historia" fácil de solucionar, pero lo que tiene delante es un problema educativo y sociopolítico profundo que la mayoría del profesorado intenta trasladar a la sociedad por la única salida que el deja el cierre de los cauces democráticos: la del conflicto. Para pasar del problema de historia al problema general podemos valernos de la táctica de la cebolla e ir pelando algunas de sus capas.

Primera capa, Religión en lugar de Historia, luego doctrina en lugar de ciencia y sumisión del Estado a la Iglesia. Si los cambios anunciados se llevan a efecto, en 2º de bachillerato ocurrirá algo difícil de comprender. En la hora en la que un porcentaje mínimo de alumnos asistan a Religión, todos los alumnos restantes tendrán hora libre y habrán sido autorizados por el Gobierno para tomar café. En esa hora, los alumnos de años anteriores habrían estado estudiando Historia de España u otra asignatura fundamental. Aunque haya debido a la necesidad de hacer hueco a otras materias en 1º, lo que se ha producido de este modo es un choque de intereses entre una materia fundamental, ya sea Historia de España u otra, y la Religión. Y este choque de intereses no es un conflicto cualquiera que se pueda cerrar en una rueda de prensa, es la expresión de las distorsiones que produce el mantenimiento de la Religión dentro de los Centros públicos y, por ende, del conflicto prolongado para acabar con este residuo decimonónico de la sumisión del Estado a la Iglesia en materia de enseñanza. La administración socialista de Cantabria, como la de España, debería repasar la Historia de España para saber que la legalidad que esgrimen hunde sus raíces en un Concordato de 1851. Y, a la par, confrontar su respeto a 'la ley' (decimonónica) con la historia y el programa de su partido.

Segunda capa, a menos Historia (de España) menos ciudadanía (comprometida en un proyecto común). En los últimos tiempos, el gobierno parece tan preocupado por la formación de la ciudadanía que hasta ha creado una asignatura dedicada a ello que parece ser «la niña de sus ojos». Pero, al mismo tiempo, y en parte para abrirle hueco, en Cantabria y en otras Comunidades se rebaja el tiempo y el contenido dedicado a la Historia de España y se reduce el peso y el valor de las Humanidades. Un buen número de profesores, que desborda con mucho a los de Historia, entendemos que esto es un sinsentido. La dicotomía más 'ciudadanía' por un lado, menos Historia de España por otro, responde de facto a la idea absurda de que la formación ciudadana se debe entender como una competencia que se desarrolla al margen de la formación y del contenido históricos. Para los de Historia en particular esto es una gran impostura intelectual. La formación ciudadana se aprende, en primer lugar, en la acción, poniendo remedio entre otras cosas a la falta de participación cívica y democrática que existe en los centros públicos y en la gestión de la enseñanza pública. Y, en términos específicos, la formación ciudadana es un correlato de la construcción de una memoria histórica rigurosa y crítica con el pasado. En este sentido, es un sarcasmo que un gobierno socialista promueva una ley de memoria histórica en el Parlamento y luego limite el tiempo de los alumnos a construir su memoria común, a la vez que plural, de España. En el caso de Cantabria, incluso se ha esgrimido que la Historia de España se imparte por encima del «mínimo de dos horas» que establece la LOE. Con lo cual, se viene a decir que incluso sería aceptable y 'justo' reducir la Historia de España al mínimo que se establece para el conjunto del Estado, porque el resto, como ya se sabe y también denunciamos los profesores en conflicto, es tiempo asignado a la memoria particular de cada territorio. Es decir, el tiempo que las administraciones se reservan para seguir manipulando políticamente la Historia.

Tercera capa, rebajar el conocimiento para aumentar la competencia, es decir, para aumentar el número de aprobados que puedan 'competir', aunque carezcan de suficientes conocimientos. Desde hace años, los profesores de todas las materias asistimos atónitos y desesperanzados a una tendencia que subvierte nuestro trabajo y nuestra autoridad. Es la progresiva desvirtuación de los conocimientos 'fuertes' que están en las materias troncales y 'clásicas', para sustituirlos por conocimientos 'laxos' en forma de optativas y micromaterias de dudosa fundamentación y a veces un clarísimo sesgo ideológico. En los términos pedagógicos de moda y como gustan de decir los responsables de la Consejería de puertas adentro, se trata de «menos contenidos y más competencias». En este problema general, los profesores de Historia sólo somos un caso especialmente significativo. Después de eliminar la Historia de los bachilleratos de ciencias en 1º, ahora se rebaja la Historia de España en 2º, pero mientras tanto aparecen en su lugar la Educación para la Ciudadanía, la Igualdad para Hombres y Mujeres y la Investigación en Ciencias Sociales. La Consejería parece creer que estas materias nos "compensan"a los profesores, pero la realidad es que la mayoría rechazamos impartirlas, sobre todo por sus efectos 'prácticos'. Ya sea por su escasa carga horaria, por su falta de conexión con el perfil académico del profesor, por la falta de referencias y condiciones para aplicar los métodos activos que se les asignan y, casi siempre, por todo esto a la vez, estas materias se convierten inexorablemente en 'marías', en un tiempo penosamente perdido por los alumnos y en una fuente continua de conflictos disciplinarios. Pero, entonces, ¿por qué este empeño en seguir aumentando su peso dentro de los programas de enseñanza? Si tomamos en cuenta la presión que soportamos y que transmite sobre todo la Inspección para rebajar nuestras exigencias, la respuesta apunta en una dirección inquietante: en las materias troncales y los conocimientos fuertes hay alumnos que suspenden y tienen grandes dificultades para aprobar, como «es lógico» cuando nos enfrentamos a la dificultad de conocer. En cambio, en las micro o pseudomaterias la estadística se acerca al aprobado general, como es deseo de un gobierno preocupado por los malos resultados españoles en los foros europeos de evaluación escolar. Por esa razón, entre los profesores en conflicto y los descontentos ha cobrado cuerpo una reivindicación que se aleja de los parámetros clásicos (aquí no hay nada salarial de por medio) y que podríamos expresar así: si las Administraciones públicas del Estado desean unos Institutos al servicio de la felicidad y competencia del ignorante, que sean coherentes y que eliminen de raíz todas las materias sospechosas de alimentar el fracaso escolar y, por ende, las facultades y oposiciones donde se licencian y legitiman los que parecemos a sus ojos responsables del fracaso. Ahora bien, si sólo es un equívoco y desean como nosotros una Escuela comprometida con el esfuerzo intelectual y el conocimiento, que devuelvan a los alumnos su hora de conocimiento histórico cedida al tiempo libre o la doctrina religiosa y que revisen de raíz el programa de bachillerato para respetar y reforzar las materias y los conocimientos sobre los que día a día cimentamos la dignidad docente. Si no es así, habrá razones suficientes y poderosas para pasar de un aparente conflicto horario a un necesario conflicto por la educación.

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