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Esta semana llega a las librerías “Exiliados en democracia” (Ediciones B), un nuevo libro de Iñaki Ezkerra que versa sobre los vascos que han abandonado su tierra por culpa del terrorismo y el nacionalismo. El diario “La Razón” publicaba ayer, domingo, 11 de octubre, como avance editorial, uno de sus capítulos, el titulado “Decálogo del buen exiliado”, en el que el escritor vasco nos brinda una prueba más de su conocida capacidad crítica, su originalidad y su sentido del humor incluso para abordar un tema tan dramático y trillado sobre el que, como este libro demuestra, aún no está todo dicho ni escrito. Reproducimos aquí el texto que adelantaba La Razón.
Primera norma: «Allá donde vayas, no digas que eres exiliado» (salvo que escribas un libro y te paguen por ello, como es el caso). Eso, si quieres disfrutar de la vida. Y en Madrid menos que en ninguna parte, pues puedes pasarte veinte años siendo de Bilbao y de repente verás a uno de San Sebastián que acaba de llegar y que, como es más listo que tú, te da la bienvenida como si llevara toda la vida. De ahí se sigue que es muy recomendable ver a pocos vascos de la diáspora si no quieres seguir haciendo la misma vida provinciana que en Bilbao, en San Sebastián o en Vitoria.
Segunda norma: «Pon siempre alguna pega sobre el nivel de vasquidad de determinado plato en los restaurantes vascos para que te atiendan mejor». Ésta es una de las pocas ocasiones en las que hay que sacar a relucir la condición indígena y los conocimientos culinarios. No obstante, no presumas entre amigos de saber cocinar, porque entonces te pasarás la vida haciendo bacalao al pilpil para todos los jetas. Asimismo, no se debe preguntar en un restaurante si hay pimientos de Guernica. Los camareros y los «maîtres» están hasta los huevos de los vascos que preguntan por esos pimientos inexistentes. (Ningún pimiento es ya de Guernica como ninguna manzana es ya de Asturias. A estas alturas, y como es bien sabido, todas las manzanas y los pimientos son chinos.) Por último, no digas en un hotel que eres de Gatica si es que eres de Gatica: siempre hay un «barman» o un cocinero que también es de Gatica. Y ya lo que te faltaba.
Tercera norma: «No debes tener hijos que se llamen Ekaitz ni Garikoitz ni Bakarne ni Escolunbe». Lo que mal empieza mal acaba. Conozco el caso de una que se quería hacer llamar Jone en la oficina y la llaman todos «la Juani». Dios castiga sin palo. Siguiendo con este espinoso asunto, puedes llamar a tus hijos Gorka, Pello, Peru, Íñigo o Iñaki, que es un nombre bien bonito a pesar de que se lo inventara Sabino Arana. Es lo único que hizo bien aquel desastre de hombre. Para chicas, las Arantzas, Nereas y Begoñas están bien. Que no se te vea el plumero abertzaloide y menos cuando no lo tienes y cuando los abertzales te han desplumado. Mejor que tus hijos pasen por pijos que por acémilas.
Cuarta norma: «No des la tabarra con que tuviste que dejar el País Vasco y con que tu padre era un hombre muy respetado y muy querido». De ser así, no os habríais ido. Mentiras las menos.
Quinta norma: «No te empeñes en decir eso de “yo estoy aquí por culpa de la ETA, pero mi familia era la primera fortuna de Vizcaya”». Eso de que has dejado un imperio en el País Vasco y te has ido a vivir a un piso de ciento veinte metros en Argüelles no cuela. La gente no es tonta.
Sexta norma: «Evita a toda costa los felpudos de “Ongi etorri”, no por seguridad, sino por decencia». Y evita por tus muertos tener un chalé que se llame Barrenetxea Etxea. Los verdaderos exiliados no se merecen esas visiones de pesadilla.
Séptima norma: «No presumas de tener los veinte primeros apellidos vascos pero, a la vez, ser muy español». Es un rollo que está ya muy manido y puedes parecer una vieja facha y chiflada de Neguri de esas que votan a Rosa Díez «porque tiene principios». Y por favor, no escribas cartas a los periódicos diciendo ese tipo de tonterías. Todos los que las escriben se apellidan Prado y Carvajal, y además todo el mundo lo sabe.
Octava norma: «No ejerzas nunca de vasco». Ya te han obligado bastante en Euskadi a ir con el carné étnico en la boca. No cantes nunca el «Boga boga» y menos borracho y haciendo vocecitas. Todos hemos sufrido mucho. Si a la gente le das confianza, te pide que le bailes un aurresku o que cortes leña. La gente es que se aburre y, como no tiene raíces, cree que hay quien las tiene. Siempre que te pregunten por algo vasco –el significado de una palabra en euskera, el título de una canción, un plato determinado…– procura decepcionarles o te convertirás en «el vasquito oficial» y ése es un triste destino. Evita asimismo presumir de que los vascos visten bien y cualquier otra tentación de dar lecciones de estilo. Sobre todo si no te lo han pedido. Seas de Sopelana o de Albacete, eso toca mucho los cojones.
Novena norma: «El consejo anterior tiene excepciones para despistar al personal». Escribe tu apellido con «k» o con «tx». Jode más. Jode a los abertzales y a los carcas, así que matas a dos tipos de gilipollas de un solo tiro. Aprovéchate del pardillo que siente un gran interés por los vascos. Sírvete todos los espárragos de la mesa y dile que es una tradición ancestral vasca dejarle al comensal de enfrente a dos velas. Así espabilará. No consientas que se metan con el Athlétic de Bilbao. Aunque te importe una higa el fútbol, tampoco es conveniente quedar como un marciano y a la gente le hace ilusión pillarte en algún renuncio. Usa el «habría» incorrectamente y con frecuencia. A la gente le gusta. En cambio, evita decir lo de «vivo ahí al lau». No hay que abusar y hay parejas que han roto por ese motivo.
Décima norma: «No bebas jamás txacolí». No lo toman ni los nacionalistas y no vas a ser tú más tonto que ellos por llevarles la contraria.
Estos diez consejos se encierran en tres.
Uno: no aburrir al prójimo con el rollazo euskomakabeo que a ti te aburriría si fueras de Murcia.
Dos: evitar, si eres mujer, el estilismo con hacha que hace posible el flequillito en pico de las Nekanes, y, si eres hombre, la coletita culebril y ridículamente medievaloide que aspira a étnica. No hay ética sin estética, que decían los clásicos.
Y tres: a menos que seas Ibarrola, no salir con txapela por mucho que te lo pida el cuerpo.
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