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Los cronistas del corazón le tenían ganas al lugar común de la infelicidad en el lujo
(La Razón).- Cuando el periodismo no tiene imaginación cae en los tópicos más repulsivos de la literatura creyendo, además, que con ello se está elevando. Pienso en el reportaje ése de Vanity Fair que nos ha puesto al tanto de las cuitas de la parienta de Zapatero en la Moncloa y que nos ha transportado de pronto a los albores rubendarianos del pasado siglo. Porque ese rollo macabeo de que Sonsoles no es feliz en el palacio presidencial, toda esa retórica de las soledades marmóreas y las sartenes hirvientes; de que no ve a su marido y sale disfrazada a la calle; de que se siente más libre en Barcelona y se quiere volver a León, suena a eso, a modernismo decadentorro y rancio, a una versión provinciana y posmoderna de «La princesa está triste, qué tendrá la princesa». El topicazo de la tristeza real ya se estaba viendo venir en nuestra prensa con el exhaustivo relato de las peripecias quirúrgicas de Letizia, de todo ese periplo clínico-facial en el que anda metida esa buena mujer que quiere gustarnos a todos los españoles y que no debe de gustarse nada a sí misma. Los cronistas del corazón le tenían ganas al lugar común de la infelicidad en el lujo, tan adecuado para la España de los cinco millones de parados. Pero, como Letizia no se ha debido de dejar, han ido a por la señora de Rodríguez y nos han recitado en mala prosa los versos del poeta nicaragüense: «¡Pobrecita princesa de los ojos azules!/Está presa en sus oros, está presa en sus tules,/en la jaula de mármol del palacio real;/el palacio soberbio que vigilan los guardas,/que custodian cien negros con sus cien alabardas,/un lebrel que no duerme y un dragón colosal».
Yo creo que esta historia tan triste de doña Sonsoles, de una valiente mujer que se rebela al destino de ser 'señora de' pero que no es otra cosa misteriosamente y que no hace nada para ser otra cosa (lo cual la convierte en una excepción entre las mujeres de su generación), tiene que conmover mucho a todos los despedidos de la crisis, a todos los que no les llega el subsidio a fin de mes, a todos los que se les acabó el subsidio hace tiempo o nunca lo tuvieron. Yo creo que, sobre todo, estos últimos ante semejante dramón tienen que acabar con el rostro arrasado en lágrimas. Lo mismo que todas esas parejas que sólo se ven el fin de semana y no porque ninguno de ellos sea presidente del Gobierno sino porque ella es profesora en un instituto de Cuenca y él en un centro de FP en Segovia. Yo me imagino a toda esa peña llorando a moco tendido mientras lee la increíble y triste historia de la Zapatera en un ejemplar de Vanity Fair: «La princesa está triste
¿Qué tendrá la princesa?/Los suspiros se escapan de su boca de fresa./Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata/ni el halcón encantado ni el bufón escarlata
» Y perdonen que ponga fin a este artículo, pero es que estoy muy afectado y me voy a llorar al rincón.
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