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Nuestro amigo Iñaki Ezkerra no entiende que proteste contra los cuentos tradicionales alguien como Bibiana, que está viviendo un verdadero cuento de hadas en ese ridículo y cursi Ministerio de la Felicidad o como se llame.
EL CUENTO DE BIBIANA
(El Correo).- De la brillante iniciativa de Bibiana Aído de vetar en los colegios los cuentos de 'Blancanieves', 'La bella durmiente' y 'Cenicienta' para salir de la crisis económica, lo que más me ha llamado la atención es lo poco que ya le importa a este socialismo tan raro de hoy la cuestión de las diferencias sociales. Porque si hay una verdadera «desigualdad asumida» en todas esas historias que se escribieron para niños es precisamente ésa, la social, cosa lógica porque surgieron en unas sociedades donde la pobreza -como la riqueza- era un estigma ineludible asociado a la clase y al origen, un atributo que marcaba al individuo de por vida y que era superable sólo excepcionalmente gracias a métodos moralmente muy poco presentables como el del engaño, el robo y el braguetazo.
La mala lección de 'Cenicienta' no está en el sexismo sino en el arribismo social y económico. Cenicienta no acaba saliendo de la miseria y la explotación por sus propios méritos, porque es la que mejor limpia o porque, mientras limpia, estudia informática a escondidas. Cenicienta sale de la injusticia y la pobreza gracias a la suerte (el hada), a sus encantos sexuales y a que pega un braguetazo. Pero los cuentos tradicionales no tratan mejor que a las mujeres al género masculino. 'El gato con botas' es un canto a la mentira para trepar social y económicamente. El hijo del humilde molinero no sale de la penuria por su propio esfuerzo sino porque tiene un gato tramposo que se inventa un montón de pipas y que lo hace pasar por un marqués poderoso. Y no digamos ya 'Ali-Babá y los cuarenta ladrones', donde el protagonista es el colmo de la inmoralidad ya que consigue dar el braguetazo gracias que a que roba a los bandidos. En ningún momento se le ocurre devolver los tesoros de los que éstos se habían apropiado. Estamos ante una versión exótica del dinero fácil y la cultura del pelotazo.
Es raro, sí, que a alguien que ostenta un cargo tan pintoresco como el de ministra de Igualdad, la única igualdad que le preocupe sea la sexual y no la social, más en la España de los cinco millones de parados. Y es más raro aún que en esa 'asocial' campaña le acompañe el sindicato FETE-UGT. ¿Qué clase de sindicalismo obrero es ése que le baila el agua a una pija? Uno no está por la labor de vetar, prohibir, censurar ningún cuento en la escuela. Con esos personajes tan poco edificantes, los cuentistas de antaño trataron de decirles a los niños de su época cómo era la sociedad en la que habían nacido y a la que podemos volver un día de éstos. Igual esos cuentos acaban volviendo a ser actuales por desgracia. Lo que hay que hacer con los críos es despertarles el sentido crítico frente a esas historias. Y contarles un cuento más: el de la enchufada que no llegó a ministra por su preparación ni por su esfuerzo.
La mala lección de 'Cenicienta' no está en el sexismo sino en el arribismo social y económico. Cenicienta no acaba saliendo de la miseria y la explotación por sus propios méritos, porque es la que mejor limpia o porque, mientras limpia, estudia informática a escondidas. Cenicienta sale de la injusticia y la pobreza gracias a la suerte (el hada), a sus encantos sexuales y a que pega un braguetazo. Pero los cuentos tradicionales no tratan mejor que a las mujeres al género masculino. 'El gato con botas' es un canto a la mentira para trepar social y económicamente. El hijo del humilde molinero no sale de la penuria por su propio esfuerzo sino porque tiene un gato tramposo que se inventa un montón de pipas y que lo hace pasar por un marqués poderoso. Y no digamos ya 'Ali-Babá y los cuarenta ladrones', donde el protagonista es el colmo de la inmoralidad ya que consigue dar el braguetazo gracias que a que roba a los bandidos. En ningún momento se le ocurre devolver los tesoros de los que éstos se habían apropiado. Estamos ante una versión exótica del dinero fácil y la cultura del pelotazo.
Es raro, sí, que a alguien que ostenta un cargo tan pintoresco como el de ministra de Igualdad, la única igualdad que le preocupe sea la sexual y no la social, más en la España de los cinco millones de parados. Y es más raro aún que en esa 'asocial' campaña le acompañe el sindicato FETE-UGT. ¿Qué clase de sindicalismo obrero es ése que le baila el agua a una pija? Uno no está por la labor de vetar, prohibir, censurar ningún cuento en la escuela. Con esos personajes tan poco edificantes, los cuentistas de antaño trataron de decirles a los niños de su época cómo era la sociedad en la que habían nacido y a la que podemos volver un día de éstos. Igual esos cuentos acaban volviendo a ser actuales por desgracia. Lo que hay que hacer con los críos es despertarles el sentido crítico frente a esas historias. Y contarles un cuento más: el de la enchufada que no llegó a ministra por su preparación ni por su esfuerzo.
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