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Acaba de publicar 'La luz crepuscular', unas 'memorias noveladas' en las que repasando su vida peina medio siglo de la historia de España y aledaños
(La Vanguardia).- Para los lectores de novela, Leguina es un apellido en el que se cruza la pluma de un hacedor de misterios de toda índole con la imagen asociada de una España que fue no ha mucho, una España rampante de modernidad y movida. La que va de 1983 hasta 1995, cuando la sensación de que dábamos pasos de gigante hacia la modernidad ya se había diluido. Canoso seguramente desde que nació, en Leguina ese rasgo que avejenta y que lo asaltó temprano ha tenido con los años un efecto contrario: parece suspendido en los cincuenta y tantos, aunque muy pronto vaya a cumplir setenta. Acaba de publicar La luz crepuscular (Alfaguara), una novela sobre sí mismo —"memorias noveladas", reza la faja— en la que repasando su vida peina medio siglo de la historia de España y aledaños. Quizá, el medio siglo más memorable —"digno de memoria", aclara el diccionario— de la historia de España.
La primera es obligada: ¿por qué novelar su biografía?
Es una novela en el sentido más clásico. Y he escogido ese formato para decir la verdad.
Mmmm…
En las memorias, los autores tienden a justificarse, y eso los aleja de la verdad. Por otra parte, así tiene más interés, aunque en buena parte sea lo que hice yo. Pero está concebido como una novela de forma que pueda enganchar al lector por las orejas y mantenerlo pegado al libro.
Y cuando uno tiene que echar la vista atrás, ¿Cómo se hurta a la nostalgia?
Son dos enemigos en realidad, la nostalgia, que es literalmente el dolor del regreso, y la añoranza. Y el protagonista de esta novela no añora nada. Algún dolor hay, es verdad, pero sin ninguna amargura pese a los episodios dolorosos. Y en un trasunto de la viuda, como es éste, tiene que aparecer eso.
Para narrar su vida, ha acudido a varias voces narrativas, ¿por qué?
Sí, hay un doble narrador que fue una decisión que tomé para definir bien al protagonista. Dado que él no habla de interioridades suyas, el narrador debe informar al lector, y por eso aparece eventualmente visto por otros personajes.
Al escribir esta novela y ver su vida plasmada en ella, ¿ha cambiado en algo la percepción que usted tiene de sí mismo?
No, no ha cambiado mucho. No sé si le entiendo.
De algún modo, la novela es un espejo, y los espejos no siempre nos devuelven la imagen que esperamos.
Sí, pero creo que no ha cambiado mucho. Siendo sincero, le diré que no me reconozco del todo en el protagonista de la novela. Y no me importa. Después de todo, quien tiene que reconocerlo es el lector. He querido presentarlo con mayor distancia, en su laberinto.
Los afectos y las pasiones tienen un peso muy importante en su relato, como la gran contingencia que todo lo dirige.
Eso es la vida, más que cualquier otra cosa. En los retratos de los personajes, el que más he cuidado es la madre. Y es un personaje muy importante, porque es una madre que yo no tuve y he tenido que inventármelo. Pero sí que he querido hacer, en ese sentido, una novela emocional.
Que usted estuviese familiarizado con la escritura del género negro, tan parco y exigente ¿le ayudó a abordar los asuntos emocionales sin dejarse llevar por el sentimentalismo?
Claro, el género negro es de gran ayuda. Explicar lo que siente un personaje, en ese sentido, obliga a escoger muy bien las palabras, y, en la novela negra aprendes que es mucho mejor un término bien escogido que muchos.
Y todo ello, cruzado con el ensayo, que es otro de los géneros que ya había practicado antes.
Sí, la apuesta es arriesgada, porque el protagonista se permite unos ex cursus reflexivos en los que no me he cortado un pelo. Los editores me aconsejaron reducirlos un poco, pero lo cierto es que sinceramente creo que la novela ha ganado con esos cortes.
Usted decía que no hay amargura en la novela, pero sí dolor. Parece que pesan mucho los desengaños. ¿Se considera desafortunado en amores?
Mire, quienes no tienen desengaños son los carmelitas descalzos. O sí los tienen, qué sé yo. Yo me he considerado afortunado muchas veces, y otras, desgraciado. La felicidad eterna no existe, pero sí que existe la felicidad en pequeñas dosis.
Y entre esos afectos de su personaje, tiene un papel preponderante la política. Los teóricos dicen que la política tiene que ser razón y no emoción. Usted parece postular la política como pasión.
La política es como la vida, se construye como una batidora en la que está la pasión y la razón. Tiene, respecto a otras actividades de la vida, una sola peculiaridad: el poder, que tiene un elemento peligroso, porque hablamos de poder sobre los demás.
En su novela, aún se ofrece un retrato de Felipe González como tipo honesto y capaz. ¿En esa lealtad pesa más el afecto o la razón?
No he sido nunca un adulador, pero es preciso reconocer lo que ha representado y las virtudes que atesora. Y es el momento de decirlo, no sé si le gustará. Espero que sí.
Habla en la novela, y no es nuevo, lo ha hecho a menudo, de lo poco preparados y lo distintos que son de su generación los nuevos líderes socialistas, empezando por Zapatero. Pero, ¿no es ley de vida? Quiero decir, buena parte de su generación también barrió con lo anterior y ocupó cargos de responsabilidad a una edad temprana.
Mire, cada vez que el discurso de los poderosos se empacha de frases a favor de los jóvenes, siempre se ha tratado de ponerlos camino del abismo. En la banca no se sustituye a los trabajadores viejos por jóvenes por dar paso a una nueva generación, sino por rescindir contratos fijos y convertirlos en temporales. También le digo que cerrar el paso a los jóvenes es un crimen de lesa patria. Pero tampoco eso justifica lo que ocurrió en el PSOE, que quisieron echarnos a todos para abrirse paso. En todo caso este no es un asunto entre jóvenes y viejos, sino entre calidades humanas.
Eso es más duro.
Es que en cualquier otra profesión, se mide a la gente por su capacidad para ejercerla. Es decir, de industria sabrá más quien haya desempeñado responsabilidades en el sector industrial. Y ahora nosotros tenemos políticos jóvenes que nunca han cotizado a la seguridad social, que nunca han trabajado en nada que no sea el partido. Sería preferible que fueran buenos carpinteros o ebanistas antes de entrar en política.
¿Por qué cree que es importante el desempeño en cualquier tipo de actividad laboral antes de meterse en política?
Porque la vida social no es la vida política. Ir a trabajar, sufrir porque tu jefe es un hijo de puta, pelear por salir adelante… Qué va a saber de todo eso quien está metido en las juventudes desde los 17 años y no ha tenido otro empleo.
En la novela, el protagonista, o sea, usted, profiere muchas críticas contra el aparato del partido, y pide mayor democracia interna. Sin embargo, la experiencia en España de los partidos más democráticos, de corte asambleario, es bastante triste.
El aparato debe existir, con controles. La nuestra es una democracia de partidos, pero lo que no puede hacer el aparato es subsumir todas las funciones. En todo caso, yo no reivindico un funcionamiento asambleario, creo en la democracia representativa, en la delegación. Pero también en rendir cuentas. Cualquier partido que se lance a democratizarse sólo recibe palos, empezando por la prensa.
¿La prensa?
Sí, porque cualquier debate se convierte en un guirigay, en una división interna en el relato de los periódicos. No se puede pedir democracia interna a los partidos y acto seguido hablar de división interna a propósito de cualquier debate. Esto sólo podría hacerse con una Ley de Partidos que diga cómo se van a elegir los órganos de gobierno internos. La constitución dice que deben ser democráticos, pero no se desarrolla el cómo. Por eso es necesaria una ley que obligue a hacer las cosas de determinada manera. Y claro, PSOE y PP no la van a hacer porque están encantados con la situación actual.
La Federación Madrileña, de la que usted fue secretario general, ha sido siempre un ejemplo de esos problemas de aparato de los que habla. ¿Es el nido de víboras que parece?
Mire, mi llegada a la secretaría general fue seguida de una revuelta, pero resistí y se alcanzó digamos una pax romana. Y en el tramo final, era muy obvio que querían sustituirme.
El libro relata todo eso.
Sí, pero lo hice a través del testimonio de Teófilo Serrano. Le pedí permiso y usé su propio relato de todo aquello. Le da más credibilidad y me evitó entrar en ello. Lo que le pasa a la FSM es como aquella frase, creo que de Porfirio Díaz, que decía que "México está tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos…" Pues la FSM está tan lejos de Moncloa y tan cerca de Ferraz…
Tras seis años de esta revolución generacional, ¿cree que el PSOE está llegando a un fin de ciclo?
Sin duda sí. Se llama a la puerta de los viejos luthiers, pero yo no me haría ilusiones. Popper sentó aquel principio de que no se vota quién va a dirigir un país, se vota para echar a un gobierno. Se trata de aplicar la lógica científica. Fue de los primeros que dijo que las hipótesis no se pueden verificar, sólo se pueden refutar. Es decir, que una prueba coincida con una ley sólo prueba que de momento nada indica que sea falsa, es decir, una verdad provisional, pero al contrario, si demuestra su falsedad, esa falsedad esa definitiva.
Debo preguntarle por el Estatut. Tiene palabras muy duras para el actual presidente por este asunto en su novela. ¿Lo responsabiliza de impulsarlo?
Es una novela en el sentido más clásico. Y he escogido ese formato para decir la verdad.
Mmmm…
En las memorias, los autores tienden a justificarse, y eso los aleja de la verdad. Por otra parte, así tiene más interés, aunque en buena parte sea lo que hice yo. Pero está concebido como una novela de forma que pueda enganchar al lector por las orejas y mantenerlo pegado al libro.
Y cuando uno tiene que echar la vista atrás, ¿Cómo se hurta a la nostalgia?
Son dos enemigos en realidad, la nostalgia, que es literalmente el dolor del regreso, y la añoranza. Y el protagonista de esta novela no añora nada. Algún dolor hay, es verdad, pero sin ninguna amargura pese a los episodios dolorosos. Y en un trasunto de la viuda, como es éste, tiene que aparecer eso.
Para narrar su vida, ha acudido a varias voces narrativas, ¿por qué?
Sí, hay un doble narrador que fue una decisión que tomé para definir bien al protagonista. Dado que él no habla de interioridades suyas, el narrador debe informar al lector, y por eso aparece eventualmente visto por otros personajes.
Al escribir esta novela y ver su vida plasmada en ella, ¿ha cambiado en algo la percepción que usted tiene de sí mismo?
No, no ha cambiado mucho. No sé si le entiendo.
De algún modo, la novela es un espejo, y los espejos no siempre nos devuelven la imagen que esperamos.
Sí, pero creo que no ha cambiado mucho. Siendo sincero, le diré que no me reconozco del todo en el protagonista de la novela. Y no me importa. Después de todo, quien tiene que reconocerlo es el lector. He querido presentarlo con mayor distancia, en su laberinto.
Los afectos y las pasiones tienen un peso muy importante en su relato, como la gran contingencia que todo lo dirige.
Eso es la vida, más que cualquier otra cosa. En los retratos de los personajes, el que más he cuidado es la madre. Y es un personaje muy importante, porque es una madre que yo no tuve y he tenido que inventármelo. Pero sí que he querido hacer, en ese sentido, una novela emocional.
Que usted estuviese familiarizado con la escritura del género negro, tan parco y exigente ¿le ayudó a abordar los asuntos emocionales sin dejarse llevar por el sentimentalismo?
Claro, el género negro es de gran ayuda. Explicar lo que siente un personaje, en ese sentido, obliga a escoger muy bien las palabras, y, en la novela negra aprendes que es mucho mejor un término bien escogido que muchos.
Y todo ello, cruzado con el ensayo, que es otro de los géneros que ya había practicado antes.
Sí, la apuesta es arriesgada, porque el protagonista se permite unos ex cursus reflexivos en los que no me he cortado un pelo. Los editores me aconsejaron reducirlos un poco, pero lo cierto es que sinceramente creo que la novela ha ganado con esos cortes.
Usted decía que no hay amargura en la novela, pero sí dolor. Parece que pesan mucho los desengaños. ¿Se considera desafortunado en amores?
Mire, quienes no tienen desengaños son los carmelitas descalzos. O sí los tienen, qué sé yo. Yo me he considerado afortunado muchas veces, y otras, desgraciado. La felicidad eterna no existe, pero sí que existe la felicidad en pequeñas dosis.
Y entre esos afectos de su personaje, tiene un papel preponderante la política. Los teóricos dicen que la política tiene que ser razón y no emoción. Usted parece postular la política como pasión.
La política es como la vida, se construye como una batidora en la que está la pasión y la razón. Tiene, respecto a otras actividades de la vida, una sola peculiaridad: el poder, que tiene un elemento peligroso, porque hablamos de poder sobre los demás.
En su novela, aún se ofrece un retrato de Felipe González como tipo honesto y capaz. ¿En esa lealtad pesa más el afecto o la razón?
No he sido nunca un adulador, pero es preciso reconocer lo que ha representado y las virtudes que atesora. Y es el momento de decirlo, no sé si le gustará. Espero que sí.
Habla en la novela, y no es nuevo, lo ha hecho a menudo, de lo poco preparados y lo distintos que son de su generación los nuevos líderes socialistas, empezando por Zapatero. Pero, ¿no es ley de vida? Quiero decir, buena parte de su generación también barrió con lo anterior y ocupó cargos de responsabilidad a una edad temprana.
Mire, cada vez que el discurso de los poderosos se empacha de frases a favor de los jóvenes, siempre se ha tratado de ponerlos camino del abismo. En la banca no se sustituye a los trabajadores viejos por jóvenes por dar paso a una nueva generación, sino por rescindir contratos fijos y convertirlos en temporales. También le digo que cerrar el paso a los jóvenes es un crimen de lesa patria. Pero tampoco eso justifica lo que ocurrió en el PSOE, que quisieron echarnos a todos para abrirse paso. En todo caso este no es un asunto entre jóvenes y viejos, sino entre calidades humanas.
Eso es más duro.
Es que en cualquier otra profesión, se mide a la gente por su capacidad para ejercerla. Es decir, de industria sabrá más quien haya desempeñado responsabilidades en el sector industrial. Y ahora nosotros tenemos políticos jóvenes que nunca han cotizado a la seguridad social, que nunca han trabajado en nada que no sea el partido. Sería preferible que fueran buenos carpinteros o ebanistas antes de entrar en política.
¿Por qué cree que es importante el desempeño en cualquier tipo de actividad laboral antes de meterse en política?
Porque la vida social no es la vida política. Ir a trabajar, sufrir porque tu jefe es un hijo de puta, pelear por salir adelante… Qué va a saber de todo eso quien está metido en las juventudes desde los 17 años y no ha tenido otro empleo.
En la novela, el protagonista, o sea, usted, profiere muchas críticas contra el aparato del partido, y pide mayor democracia interna. Sin embargo, la experiencia en España de los partidos más democráticos, de corte asambleario, es bastante triste.
El aparato debe existir, con controles. La nuestra es una democracia de partidos, pero lo que no puede hacer el aparato es subsumir todas las funciones. En todo caso, yo no reivindico un funcionamiento asambleario, creo en la democracia representativa, en la delegación. Pero también en rendir cuentas. Cualquier partido que se lance a democratizarse sólo recibe palos, empezando por la prensa.
¿La prensa?
Sí, porque cualquier debate se convierte en un guirigay, en una división interna en el relato de los periódicos. No se puede pedir democracia interna a los partidos y acto seguido hablar de división interna a propósito de cualquier debate. Esto sólo podría hacerse con una Ley de Partidos que diga cómo se van a elegir los órganos de gobierno internos. La constitución dice que deben ser democráticos, pero no se desarrolla el cómo. Por eso es necesaria una ley que obligue a hacer las cosas de determinada manera. Y claro, PSOE y PP no la van a hacer porque están encantados con la situación actual.
La Federación Madrileña, de la que usted fue secretario general, ha sido siempre un ejemplo de esos problemas de aparato de los que habla. ¿Es el nido de víboras que parece?
Mire, mi llegada a la secretaría general fue seguida de una revuelta, pero resistí y se alcanzó digamos una pax romana. Y en el tramo final, era muy obvio que querían sustituirme.
El libro relata todo eso.
Sí, pero lo hice a través del testimonio de Teófilo Serrano. Le pedí permiso y usé su propio relato de todo aquello. Le da más credibilidad y me evitó entrar en ello. Lo que le pasa a la FSM es como aquella frase, creo que de Porfirio Díaz, que decía que "México está tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos…" Pues la FSM está tan lejos de Moncloa y tan cerca de Ferraz…
Tras seis años de esta revolución generacional, ¿cree que el PSOE está llegando a un fin de ciclo?
Sin duda sí. Se llama a la puerta de los viejos luthiers, pero yo no me haría ilusiones. Popper sentó aquel principio de que no se vota quién va a dirigir un país, se vota para echar a un gobierno. Se trata de aplicar la lógica científica. Fue de los primeros que dijo que las hipótesis no se pueden verificar, sólo se pueden refutar. Es decir, que una prueba coincida con una ley sólo prueba que de momento nada indica que sea falsa, es decir, una verdad provisional, pero al contrario, si demuestra su falsedad, esa falsedad esa definitiva.
Debo preguntarle por el Estatut. Tiene palabras muy duras para el actual presidente por este asunto en su novela. ¿Lo responsabiliza de impulsarlo?
Sí, por el hecho de ponerlo en marcha y sacar el discurso de la España plural.
¿Qué significa la España plural? ¿Que España es plural pero Catalunya no?
Es una frase sin contenido. Mire, la cuestión de si Catalunya es nación se discutió al elaborar la constitución, se debatió y se rechazó. España no es una nación de naciones. Pero claro, es que este asunto tuvo un inicio muy malo.
¿A qué se refiere?
A que Zapatero prometió que apoyaría lo que saliera del Parlament. Es verdad que lo hizo cuando no contaba con ganar las elecciones, pero eso significaba dar barra libre, y claro, a barra libre todo el mundo va a pedir. Pero si en el Estatut que salió del Parlament hasta se decía que "había construido un paisaje". Pero estos ¿han plantado árboles o qué? Y lo más grave, en el texto, no hablaba el Parlament, ¡hablaba Catalunya! Esto es una apropiación indebida. Quienes redactan el estatut son catalanes, pero no son Catalunya. Claro, al final aquello se colapsa y lo saca adelante Zapatero llamando a Mas, o sea, poniéndole los cuernos al presidente Maragall y el tripartito. Claro, luego el problema es que no hay una ley de referéndum decente, y ni se plantearon aprobar una para votar el Estatut.
¿Qué quiere decir con decente?
Pues que establezca unos mínimos para dar por aprobado un texto como éste. Porque me dicen que se aprobó en referéndum, pero se aprobó con un 38% de los votos, mientras que la Constitución se aprobó con un 80% de los votos en Catalunya. El pueblo ha hablado, y aquí paz y después gloria. Son ganas de buscar disensiones y enfrentamientos. Estas cosas se hacen por consenso, uno no puede empujar a las tinieblas al 40% de los votantes españoles, que apoyan al PP.
Hace un retrato descreído de mayo del 68.
Bueno, esa parte es parcialmente ficción. Porque yo en mayo del 68 ya no estaba en París, me volví en octubre de 1967. Esa parte de la revuelta es ficción. Pero no podía eludirlo y contarlo desde lejos. En todo caso, hace poco vi un documental sobre aquello y escuché las asambleas de la Sorbona y no entendí nada, de modo que ese estupor es mío.
¿Es una desmitificación amarga?
Se trata de una desmitificación, pero no de un desengaño. Percibo la ingenuidad y el despropósito de todo aquello, pero siempre queda la imaginación y la gracia de aquella gente, de sus lemas, cuando por ejemplo gritaban que debajo de los adoquines que arrancaban para arrojárselos a la policía estaba la playa. Y hay algo paradójico.
Cuente.
Cuando los políticos se acercaron a olisquear, no fueron bien recibidos. A Mitterand lo llamaban Mythe errant (mito errante), y sin embargo él fue el gran beneficiario de aquellos disturbios. Años después se rodeó de los hijos de aquella revuelta.
¿Lamenta haberse retirado de la política?
No. Me tenía que haber ido antes. Y para que volviera, tendría que pedírmelo alguien. Yo detrás de un carguito no voy.
¿No cree que es pronto para unas memorias, aunque sean noveladas?
No, no lo creo. Me parece que es un buen momento para hacer balance, sobre todo en el campo de la pasión política.
Llama la atención que diga que la literatura es para usted una afición, con todo lo que lleva escrito.
Es una afición desmedida y desorganizada, si quiere. Yo escribo para que me lean y estoy más contento cuanto más venda. Creo que tengo un estilo potable y me gustaría tener éxito. Que se lea y que el libro guste, quiero que quien se acerque a la novela, que se enganche y, confieso que me gusta que cuando me ve la gente me lo diga.
¿A qué se refiere?
A que Zapatero prometió que apoyaría lo que saliera del Parlament. Es verdad que lo hizo cuando no contaba con ganar las elecciones, pero eso significaba dar barra libre, y claro, a barra libre todo el mundo va a pedir. Pero si en el Estatut que salió del Parlament hasta se decía que "había construido un paisaje". Pero estos ¿han plantado árboles o qué? Y lo más grave, en el texto, no hablaba el Parlament, ¡hablaba Catalunya! Esto es una apropiación indebida. Quienes redactan el estatut son catalanes, pero no son Catalunya. Claro, al final aquello se colapsa y lo saca adelante Zapatero llamando a Mas, o sea, poniéndole los cuernos al presidente Maragall y el tripartito. Claro, luego el problema es que no hay una ley de referéndum decente, y ni se plantearon aprobar una para votar el Estatut.
¿Qué quiere decir con decente?
Pues que establezca unos mínimos para dar por aprobado un texto como éste. Porque me dicen que se aprobó en referéndum, pero se aprobó con un 38% de los votos, mientras que la Constitución se aprobó con un 80% de los votos en Catalunya. El pueblo ha hablado, y aquí paz y después gloria. Son ganas de buscar disensiones y enfrentamientos. Estas cosas se hacen por consenso, uno no puede empujar a las tinieblas al 40% de los votantes españoles, que apoyan al PP.
Hace un retrato descreído de mayo del 68.
Bueno, esa parte es parcialmente ficción. Porque yo en mayo del 68 ya no estaba en París, me volví en octubre de 1967. Esa parte de la revuelta es ficción. Pero no podía eludirlo y contarlo desde lejos. En todo caso, hace poco vi un documental sobre aquello y escuché las asambleas de la Sorbona y no entendí nada, de modo que ese estupor es mío.
¿Es una desmitificación amarga?
Se trata de una desmitificación, pero no de un desengaño. Percibo la ingenuidad y el despropósito de todo aquello, pero siempre queda la imaginación y la gracia de aquella gente, de sus lemas, cuando por ejemplo gritaban que debajo de los adoquines que arrancaban para arrojárselos a la policía estaba la playa. Y hay algo paradójico.
Cuente.
Cuando los políticos se acercaron a olisquear, no fueron bien recibidos. A Mitterand lo llamaban Mythe errant (mito errante), y sin embargo él fue el gran beneficiario de aquellos disturbios. Años después se rodeó de los hijos de aquella revuelta.
¿Lamenta haberse retirado de la política?
No. Me tenía que haber ido antes. Y para que volviera, tendría que pedírmelo alguien. Yo detrás de un carguito no voy.
¿No cree que es pronto para unas memorias, aunque sean noveladas?
No, no lo creo. Me parece que es un buen momento para hacer balance, sobre todo en el campo de la pasión política.
Llama la atención que diga que la literatura es para usted una afición, con todo lo que lleva escrito.
Es una afición desmedida y desorganizada, si quiere. Yo escribo para que me lean y estoy más contento cuanto más venda. Creo que tengo un estilo potable y me gustaría tener éxito. Que se lea y que el libro guste, quiero que quien se acerque a la novela, que se enganche y, confieso que me gusta que cuando me ve la gente me lo diga.
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