'Nuestros nacionalismos' han sido un fruto del auge económico, al revés que la mayoría de los nacionalismos del mundo, que han nacido tradicionalmente de la precariedad. Los españoles somos diferentes, hasta en esto. Iñaki Ezkerra se ha dado cuenta de este matiz diferencial de los españoles, y lo plasma en este artículo, publicado hoy en EL CORREO.
CRISIS
Al revés que la mayoría de los nacionalismos del mundo, que han nacido tradicionalmente de la precariedad, 'nuestro nacionalismo' ha sido un fruto del auge económico; surgió del privilegio, de la integración española, del auge industrial y del progreso que atraía a la inmigración. Cabría esperar que esa ideología se resienta cuando la prosperidad se detiene. Pero aquí nunca se sabe.
Las autonómicas vascas y gallegas van a ser las primeras elecciones de la crisis económica. En las últimas generales aún estábamos en el prólogo de la recesión y había hasta quien se hallaba convencido de que ésta era un invento demagógico y cenizo, 'antipatriótico' de Rajoy. Cabría pensar que ahora, a la vista de los tres millones de parados, de la caída del chollo de la construcción y de todas las demás caídas y penurias que nos asolan, éstos van a ser por fin unos comicios realistas, un electoral aterrizaje forzoso en la realidad, una primera toma de conciencia del electorado de que no se puede estar todo el día en la nube del sueñecito secesionista cuando se tienen los bolsillos vacíos. Cabría pensar en un significativo descenso del voto nacionalista en el País Vasco si se tiene en cuenta sobre todo que 'nuestro nacionalismo' ha sido un fruto del auge económico, al revés que la mayoría de los nacionalismos del mundo, que han nacido tradicionalmente de la precariedad. Mientras que el irlandés nació de las derrotas bélicas, de las confiscaciones de tierras y la pobreza directamente; mientras que el nacional-socialismo hitleriano nació de la humillante paz de Versalles y del desclasamiento de la sociedad alemana de entreguerras, el nacionalismo vasco surgió, curiosamente, del privilegio, de la integración española, del auge industrial y del progreso que atraía a la inmigración. Cabría, sí, esperar que una ideología que se ha mantenido viva a la sombra de la prosperidad democrática, se resienta cuando esa prosperidad se detiene y se empiezan a cerrar los grifos no de Madrid ni del Gobierno ni de la Unión Europea sino eso, de la realidad.
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