Continuando con el texto de la conferencia de nuestro paisano Jesús Laínz sobre la aniquilación de la toponimia española, publicada ayer en este blog, la tozuda realidad vuelve a darle la razón a su certero análisis.
Hoy tenemos constancia de que la situación que tan claramente nos exponía Jesús, sigue produciéndose, y reproduciéndose, por toda España. En este caso, la noticia nos viene de Galicia, que no de "Galiza".
Noticia publicada hoy en ABC:
Expulsado del Parlamento un diputado del PP por su negativa a usar el término «Galiza»
La misma confrontación lingüística que el presidente de la Xunta, Emilio Pérez Touriño, negaba en una de sus intervenciones en Vigo, se convertía en la protagonista indiscutible de la jornada parlamentaria de ayer. Y es que por mucho que se empeñen en convencer a la sociedad de que la intención es la de poder elegir libremente entre las lenguas coexistentes, lo cierto es que la imposición gana cada vez más terreno.
El enfrentamiento entre el diputado del BNG y presidente de la comisión de Educación y Cultura del Parlamento gallego, Bieito Lobeira, y el popular Ignacio López-Chaves en cuanto a «terminología» no es ninguna novedad. Ya el pasado 11 de octubre se enzarzaban en una disputa lingüística sin llegar a ninguna conclusión. Mientras que el primero defendió su derecho a emplear el topónimo «Galiza», argumentando que es la «forma genuina del nombre del país», el segundo sostuvo que el «nombre oficial» es Galicia, apoyándose en una resolución de la Real Academia Gallega.
En aquel momento, Lobeira argumentaba con todas las de la ley que el uso de una u otra forma es una cuestión de «libertad de expresión» y que «Galiza» aparece en algunos documentos de la Cámara, por lo que pidió respeto. No obstante, el representante frentista volvió a ser ayer víctima de sus propias palabras. A su veto a ABC por defender el uso del topónimo «La Coruña», no respetando entonces la citada «libertad», se une la expulsión del secretario de la comisión de Educación y Cultura del Parlamento Gallego, Ignacio López-Chaves (PP), ante su negativa de certificar la existencia de quórum en dicha comisión por la pretensión del diputado del BNG de denominarla «de Galiza».
Así, como estaba previsto, el representante popular tomó nota del quórum en la «Comisión de Educación y Cultura del Parlamento de Galicia» y fue cuando Lobeira iba a dar por constituida la «Comisión 4 do Parlamento de Galiza» cuando surgió de nuevo la alusión de este primero a la imposibilidad de que se constituya una comisión que no existe.
Como ya ocurriera en otras ocasiones, ambos discreparon durante varios minutos, y tras dos llamadas de atención del nacionalista llegó la amenaza de expulsión. Y dicho y hecho. Ante una irónica pregunta, «¿de qué comisión me va a expulsar?» -por parte de López-Chaves-, la respuesta estaba clara: «por favor abandone la sala».
Después de anunciar la correspondiente sanción al diputado popular, en base al reglamento vigente, Manuela López Besteiro sacó la cara por su compañero de partido, para el que pidió respeto. Asimismo, reprochó que fuera de micro un miembro del BNG le llamase «cerebro de mosquito».
La también diputada del PP comunicó que, en solidaridad, su grupo abandonaba la sesión, aunque tenían que defender cuatro preguntas en el orden del día. Así, todos los representantes populares abandonaron la sesión, que continuó con un único punto, la comparecencia del director general de Creación y Difusión Cultural, Luis Bará.
Antes de dar la palabra al compareciente, Lobeira justificó que sus decisiones se ampararon en el reglamento de la Cámara, concretamente, en los artículos 105 y 106, y que el motivo de la expulsión se debió a la «imposibilidad de poder desarrollar con normalidad la sesión».
A continuación, reproduzco el comentario de Cristina Losada, en Libertad Digital, sobre este tema.
El diputado Ignacio López-Chaves es, a todas luces, un bicho raro. Se empeña en hablar en español en el parlamento gallego, como antes lo hacía en el ayuntamiento de Vigo. Cuando la mayoría de sus compañeros de filas, del Partido Popular, optaron por inclinarse cual flexibles juncos orientales ante la proscripción de la lengua común, él se mantuvo en sus trece. Pero no sólo desafió de ese modo la ley no escrita que impide expresarse, en el ámbito político, en el idioma oficial de España y cooficial en Galicia. Resulta que persistió en invocar la ley escrita. Y eso es demasiado.
Puntualmente, cada vez que se reunía la comisión de Cultura del parlamento, de la que el diputado es secretario, se resistía a que su presidente transformara a Galicia en Galiza. Al nacionalismo galaico se le indigesta que el nombre de esta región sea idéntico en gallego y en español. El narcisismo de las pequeñas diferencias no tolera tales igualdades. De manera que los bloqueiros gobiernan en Galiza, aunque no dejen de beneficiarse de los tributos que se abonan en Galicia.
La oposición de López-Chaves a legitimar la existencia de ese territorio ficticio, privativo y privado del nacionalismo, le ha valido finalmente su expulsión de la comisión. Un castigo que ha merecido el aplauso de los socialistas, que compran su permanencia en el poder rindiendo vasallaje a los fanáticos de la nazón. Además, como acaba de decir Touriño, tras apearse de su nuevo super-Audi, no hay conflicto lingüístico alguno; sólo polémicas artificiales. No existen, por tanto, imposiciones y los gallegos pueden elegir libremente cualquiera de los dos idiomas. Los nacionalistas habitan en Galiza y los socialistas en la negación de la realidad, que es un país muy suyo.
En fiel reflejo de la sumisión del establishment al nacionalismo ambiental, las crónicas de la prensa galaica recogían con fastidio la contumacia del diputado. Es intolerable que alguien perturbe la calma cuestionando los tabúes y fetiches de la tribu. Pendiente de decidir está si López-Chaves es un marciano, como apuntan los libros de texto catalanes, o un Michael Jackson, opción elegida en Galicia por esos manuales. Cuando los alumnos debidamente adoctrinados lleguen a plumillas, el título que lleva este artículo aparecerá en los papeles. Eso, claro está, en el improbable caso de que todavía quede un diputado que hable español en las taifas.
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