En estos últimos días, y a raíz de sus declaraciones sobre el terrorismo se han publicado opiniones diversas al respecto.
Te escribo esta carta antes que nada para darte la enhorabuena por tu liberación hace tres meses y también por el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia que te han concedido y que te mereces sobradamente. Creo que ese premio es un reconocimiento a la incuestionable e inmensa dignidad con la que has sabido sobrellevar tus terribles años de cautiverio. Creo que esos años de sufrimiento pero también de entereza están ahí, a la vista, y no te los puede negar ni quitar nadie, ni siquiera las voces que se pretenden moralmente autorizadas para esa triste labor. ¿Autorizadas para qué y por quién? ¿Quién da aquí esa clase de certificados morales y quién se cree con derecho a quitarlos? ¿Es que no se está descalificando ya por el mero hecho de creerse acreedor a esos derechos?
Y creo que hay que partir de que la comparación de la situación española y de ETA con la de la Colombia en la que nacen las FARC es inadecuada. Esa comparación ya se dio antes con Clara Rojas durante el transcurso del último Congreso de Víctimas del Terrorismo organizado por el CEU y se saldó con la ausencia de la “oponente” anunciada. Fue una torpeza por parte de esa universidad mezclar la situación colombiana con la española, el terrorismo que surgió en un país en vías de desarrollo con el que sobrevive en otro de la Unión Europea. Sé que éste es un tema incómodo pero resulta evidente que se trata de dos contextos diferentes, que ahora con tu caso se vuelven a mezclar. Un país no desarrollado donde no existían clases medias sino marginación y oligarquía, donde el nivel de inseguridad en la calle es aún de los más altos del mundo y donde la selva con su propia ley, que no es la del Estado Derecho precisamente, ocupa más de la tercera parte del territorio nacional; donde la democracia ha constituido hasta hace no muchos años una débil entelequia; un país insondable cuya economía más boyante ha sido la sumergida y se ha sostenido sobre la producción de droga, donde la situación geopolítica permite aún mantener en amplios sectores de la población la fantasía de la Revolución y donde uno y otro fenómenos, narcótráfico y guerrilla, se mezclan y se necesitan, no es una referencia para un terrorismo de un país europeo y desarrollado. ¿Qué tiene que ver todo eso con la sociedad española actual y con el problema de ETA? El nacionalismo totalitario del País Vasco ha buscado siempre referencias inadecuadas para compararse, cuando no era la situación palestina era la irlandesa en cuyos casos sí ha habido invasión armada y confiscaciones de derechos básicos a los vencidos. Ahora, paradójicamente, desde algunos sectores de la derecha española se están también buscando comparaciones inapropiadas y la del contexto español con el colombiano es una de ellas, como también lo fue la de la lucha contra ETA con la guerra de Irak.
Iñaki Ezkerra es escritor y fundador del Foro Ermua
Jon Juaristi critica duramente a la junta directiva del Foro Ermua
Minuto Digital Publicado el 26 Octubre, 2008
Poco a poco las cosas se van clarificando en relación a la actual situación del Foro Ermua. El último en lanzar sus críticas contra la actual junta directiva ha sido Jon Juaristi, miembro del Foro Ermua y presidente de Papeles de Ermua.
El historiador ha criticado duramente a la junta directiva del Foro en un artículo publicado ayer domingo en ABC. Bajo el título de ‘Premios’, afirmaba que la última iniciativa de la organización “ilustra perfectamente la deriva errática de un movimiento cívico que pugna por encontrar justificaciones para sobrevivir a un marasmo endógeno, como los que suelen sufrir -léase a Tocqueville- los organismos que pierden sus funciones o no son ya capaces de desempeñarlas en nuevas situaciones históricas”.
¿Abrirá también expediente Inmaculada castilla de Cortazar a Juaristi como hizo con Ezkerra? ¿Por qué Juaristi continua como presidente de Papeles de Ermua si piensa así?
Reproducimos el artículo de Jon Juaristi en ABC:
Personalmente, no me gusta la señora Betancourt. Su discurso en el acto del Teatro Campoamor de Oviedo ha sido un muestrario completo de todos los tópicos del buenismo multicultural y ecologista, sazonado con la superstición postmoderna de la omnipotencia de la palabra, ese ingrediente fundamental en el pensamiento mágico de la progresía y tan viejo, en rigor, como el mundo (tanto, que, ya en el Cantar del Cid se vapuleaba a los que el poema llama «lengua sin manos»). No me gusta Ingrid Betancourt y, si yo fuera colombiano, no le daría mi voto, pero no soy colombiano ni miembro del jurado del Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, y creo legítimo que los colombianos y los jurados de dicho premio voten a quien les apetezca, aunque uno no comparta sus gustos ni sus convicciones. Pero es que, además, hay un elemento razonable en el discurso de Ingrid Betancourt. Precisamente, el que ha sido blanco de las invectivas del Foro Ermua: la tesis de que se debe hablar con las FARC cuando está en juego la suerte de personas secuestradas. Puro sentido común. Cuando unos delincuentes toman rehenes, el objetivo primordial de todo Estado es salvar las vidas de aquéllos por todos los medios posibles, incluyendo el diálogo y la negociación con los secuestradores. Incluso el Estado de Israel, que ha sido mucho más implacable con los terroristas que cualquier otro Estado, ha dado un ejemplo conmovedor y amargo de sentido común al cambiar terroristas vivos por cadáveres de soldados israelíes asesinados en cautividad, porque Israel subordina las conveniencias estratégicas de todo tipo al compromiso ético de que todos sus soldados volverán a casa, vivos o muertos. Y, si esto no se entiende, la batalla contra el terrorismo estará perdida de antemano, porque, en el camino, se nos habrá extraviado el sentido común.
Por supuesto, en muchos casos la negociación y el diálogo no son medios posibles ni aconsejables. Hay organizaciones terroristas que nunca han querido negociar. El caso más claro es ETA, que sólo concibe un tipo de transacción: la económica, es decir, secuestrados por dinero. Nunca, rehenes a cambio de presos. Si ETA secuestra a un empresario, es seguro que intentará venderlo, pero si el secuestrado es un concejal, la oferta de negociación siempre será un señuelo para añadir al crimen la humillación del Estado democrático. Así lo hizo con Miguel Ángel Blanco, cuyo secuestro no fue sino el preludio sádico de una venganza homicida por el rescate policial de Juan Antonio Ortega Lara. Probablemente, las movilizaciones cívicas que Ingrid Betancourt ha convocado en Colombia serán tan inútiles para conseguir la liberación de los rehenes de las FARC como las grandes manifestaciones españolas del verano de 1997 lo fueron para salvar al joven edil de Ermua. O no. Ya se verá, aunque merezca más confianza la política antiterrorista del gobierno de Álvaro Uribe, de cuyo acierto la libertad que hoy goza Ingrid Betancourt es un ejemplo incontrovertible. Pero nada de esto justifica exigir a ésta la devolución del Premio Príncipe de Asturias, cuya esencia, dicho sea de paso, no es otra que el progresismo, la bondad universal y la sacarina. Si no la eficacia ni la honradez, las buenas intenciones son siempre recompensadas en España.
No hay comentarios:
Publicar un comentario