Publicado en LA RAZÓN 28/10/08
'El juez de la izquierda friki'
Hay quienes creen que los frikis son sólo de derechas, que cuando esa tribu urbana se politiza sólo le da por ir a las manifas para envolverse en la bandera española como si fuera una toalla de baño o para llevar en la nariz un piercing con el Águila de San Juan, pero no. También hay un frikismo de izquierdas, una izquierda friki que quedó perfectamente retratada con Zerolo en la pasada Legislatura y que ahora tiene su encarnación máxima en el juez Garzón. Sin la clave friki no se puede entender su comportamiento, su salida de tono, la extemporaneidad de su propuesta tanatofágica, su radicalidad descontextualizada, ese necroprogresismo estridente hasta la caricatura y -sobre todo- su falta de sentido del ridículo. Este último aspecto es fundamental para el diagnóstico. Lo que caracteriza esencialmente al friki es que no se avergüenza de dar el cante sino que lo desea ardientemente hasta el punto de que ese objetivo es parte constitutiva de su propia esencia. Por esa razón hablar del “orgullo friki” es una redundancia, porque el frikismo es orgulloso hasta el exhibicionismo por propia definición.
Vayamos a la raíz terminológica. El vocablo friki ha resultado un indudable hallazgo expresivo que delata un espécimen de la fauna metropolitana que no estaba hasta hace muy poco tiempo catalogado y para el que se quedaban cortos adjetivos como hortera, cutre, heavy o kitsch… El friki es todo eso pero es algo, mucho más que eso. Es alguien que alcanza una redondez, una inquietante perfección en lo genuino-monstruoso. El Friki presenta una voluntad de estridencia que renuncia incluso a los aliados, a la secta. Cada friki es un mundo aparte porque su estética es la más libre de cuantas existen o aspira al menos a una radical libertad. Ésta es la gran contradicción del friki político (y la de Garzón por lo tanto), que supone ya una concesión a lo colectivo, a la uniformidad. Estaríamos ante una mutación genética del frikismo originario. El friki es por esencia creativo e independiente. Incluso cuando estamos ante un friki vulgar hay algo que le salva de lo gregario en esa vulgaridad misma. Ese algo es su tara original en la propia grisura, su enfermedad. El friki es un enfermo de un desconocido virus. Yo creo que es un enfermo de sí mismo. Posee una sobredosis de intimidad que se traduce en hecho externo, en fachada, en reafirmación vitalista y casi espinoziana del mal gusto impenitente. El friki es un bastardo del individualismo occidental, un postrero fruto de él, una prueba de su florecimiento entre patético y estético. Esta sería la segunda contradicción del caso que nos ocupa. El frikismo de Garzón no sólo sería estético sino ético, o –dicho exactamente- se produce más en el terreno de la ética que en el de la estética. De este modo y por las razones expuestas, todo lo que sea escandalizarse no es algo que intimide al friki -de la judicatura en este caso- sino que le anima, le potencia, le reafirma en su excentricidad. De la terminología habríamos pasado a la axiología. El escándalo es a fin de cuentas una apelación formal o moral que no le afecta sino que le nutre en su injustificado narcisismo.
Como el escándalo no sirve contra este mal, ha de buscarse el antídoto en la propia legalidad y basar cualquier medida que venga de ésta en las víctimas que el frikismo garzoniano-judicial está produciendo: una de ellas, la propia Justicia española a la que ya sólo le faltaba esto para desprestigiarse; las otras, los supervivientes sensatos de ambos bandos de la Guerra Civil que perdieron a los suyos trágicamente y que no deseaban que se les hiciera revivir aquel indecible dolor. Porque el crimen que está cometiendo impunemente Garzón no es el de remover la tierra en las fosas sino en los corazones.
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