¿Pero qué cuento de la lechera es ése que le va contando Zapatero al oído a cada presidente autonómico?
Los españoles estamos en una crisis muy rara. Yo creo que es la primera crisis del mundo y de todos los tiempos en la que nadie habla de apretarse el cinturón. Al revés. De lo que estamos hablando todo el día es de gastar, de la financiación autonómica, de repartir más. Como el indigente flipado que especulara en la puerta de la iglesia donde pide limosna sobre a quién incluirá en su testamento.
¿Pero qué cuento de la lechera es ése que le va contando Zapatero al oído a cada presidente autonómico? Zapatero se aprovecha de la desunión, la insolidaridad y la competitividad que hay entre los españoles y las autonomías para prometerle a cada uno por separado que le va a dar más que a los otros. Yo creo que se deberían reunir todos los honorables y los lehendakaris de España para revelar cada uno de ellos el porcentaje del presupuesto que Zapatero les ha prometido a la oreja. Comprobarían que todos los tantos por ciento no suman 100 sino bastante más. Comprobarían que no salen las cuentas y que el Presidente ha prometido regalar a todo el conjunto de nuestras taifas democráticas bastante más pasta que la que el pobre Estado lleva en su trasquilado bolsillo.
Nos encontramos así con la paradoja de que la unidad y la solidaridad nacionales que no se consiguieron convertir en realidad en la pasada Legislatura desde el movimiento cívico vasco-catalán y su oposición a los nacionalismos las van a tener que abanderar ahora los economistas. Lo que no lograron hacer ni los intelectuales ni las víctimas del terrorismo lo tienen que hacer ahora los peces fríos que vienen de Económicas y de Empresariales. No digo yo que no hubiera excesos retóricos en aquel «España se rompe». No pasa nada por ser autocríticos. Eran quizá inevitables esos abusos melodramáticos en la gente que venimos de letras, aunque a mí personalmente siempre me pareció más adecuado amenazar con el «Estado disfuncional e inoperante» del que hablaba el profesor Sosa Wagner que el «me duele España» de Unamuno, y así lo dije. A mí para el llanto por España me faltaba el fuelle noventayochista que les sobra a algunos. Pero aquello es agua pasada. Ahora ya no estamos en el «España se rompe» sino en el «España quiebra» y les toca a los de ciencias explicar que no es viable la financiación al alza de nuestra kafkiana burocracia autonómica con todos sus consejeros, subconsejeros, parlamentarios, junteros, embajadores y miles de cantamañanas en coche oficial.
El hecho de que las autonomías más tradicional y problemáticamente reivindicativas (la catalana y la vasca) no estén hoy gobernadas por nacionalistas debería facilitar las cosas en este sentido y constituir una oportunidad histórica para la revisión no ya de la Constitución sino del Estado, pero de momento ocurre lo contrario. Montilla quiere demostrar que es más nacionalista que nadie, y López ya veremos.
En esta rara crisis que atraviesa España se echa de menos un liderazgo nacional básico; una voz realista que pida la abnegación mínima de todos, incluidos los feudos autonómicos; un Churchill de la economía que prometa sangre, sudor y lágrimas, pero también la victoria a cambio. Sin embargo, están terminantemente prohibidas las expresiones clásicas de las crisis: «sacrificio», «austeridad», «esfuerzo», «apretarse el cinturón». En su lugar, nos encontramos a un tipo extraño que quiere regalar bombillas y que del paternalista «café para todos» del felipismo pasa al «café, copa, puro y cuatrocientos euros».
(Publicado en La Razón)
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