Nuevamente, contamos en este blog con la afilada pluma del sagaz Iñaki Ezkerra, quien nuevamente desmenuza la esencia del 'caso Gurtel', que merecería denominarse caso "Cutrel", por la casposidad y mezquindad de este escándalo, políticamente útil para quienes ven la paja en el ojo ajeno pero nunca la viga en el propio.
EL CASO 'CUTREL'
(Publicado en LA RAZON)
Primero fueron los trajes de Camps y ahora son los bolsos de Rita Barberá. Aquí ya sólo faltan unas remesas de bragas y calzoncillos para que lo de Gürtel se parezca a un rastro. El caso «Gürtel» es en realidad el caso «Cutrel», porque lo que distingue a este presunto escándalo político de otros es eso, lo cutre, el detalle irrelevante, mezquino y enano que se nos quiere vender como una gran revelación. Uno espera que le hablen de unas corruptelas como Dios manda, de unas cifras de dinero mínimas que no bajen de los diez millones de euros –como la ayudita de Chaves al currelo de su amada hija–, de negocios turbios de un cierta envergadura, de docenas de viviendas de protección pública, por ejemplo, como ésas de Vallecas que estaban promovidas por UGT y cuyo sobreprecio ha puesto en pie de guerra a los propietarios. Uno espera que, si se tira de la cuerda, lo que salga no sea literalmente la cuerda de tender la ropa y la vecina que te choriza las pinzas de plástico ni los funcionarios que roban nocturna y alevosamente sellos y grapadoras y lapiceros y sacapuntas y gomas de borrar al Ministerio. Y es que sencillamente no se puede hablar en serio de grapas y pinzas de colgar, de trajes y de bolsos.
Desde que se ha «destapado» lo de «Cutrel», yo es que a un político ya no le doy ni la hora. Ni agua. Ni las gracias, no sea que me confundan con Correa. De pronto me echo a temblar al acordarme de que una vez Javier Arenas me envió a casa una caja de polvorones. Me pongo a pensarlo y no sé si le tengo que denunciar yo a él o él a mí. Creo que voy a llamarle para preguntárselo. Y, por cierto, los polvorones me los envió por elogiarle en un artículo. No sé si eso será delictivo. De acuerdo, aquellas delicias de La Estepeña, aquellos mantecados y mazapanes navideños no movieron mi voluntad. El artículo fue anterior al regalo. Esto nadie lo puede poner en duda, pero ¿y si estamos ante un caso de corrupción retroactiva? Ya lo ven ustedes yo, con esta cara de bueno que tengo, cualquier día me veo dentro de la trama de «Cutrel» por comerme un polvorón. Y es que la palabra «polvorón» promete. Porque para que un escándalo tenga en España éxito no es importante la cifra millonaria sino la palabreja. A la gente le da igual cien que cien mil euros. A la gente lo que le gusta son los polvorones, los trajes, los bolsos, los sacapuntas para sacarles punta. Le gusta lo que es icónico o anecdótico y por lo tanto prende automáticamente en la atención, el alma, la memoria colectivas. De ahí el éxito publicitario que hay que reconocerle a Rubalcaba y a su filtración. Los del PP son, en estas lides de la malevolencia, demasiado escrupulosos, demasiado caballeros. No saben aprovechar esa clase de recursos narrativos y figurativos, de anécdotas e imágenes y voces pegadizas. Los socialistas les habrían sacado un eterno jugo a los cuernos de Bermejo cuando su cacería. A los del PP les vienen con los bolsos y en vez de hablar de la interina sin papeles de la hermana de Rubalcaba le sacan a Rita a decir que «lo que se da no se quita». De ser Camps y Barberá socialistas, ya estarían hablando del «antivalencianismo del PSOE». Ya estarían diciendo: «Señor Zapatero, reconózcalo, usted odia las fallas».
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