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viernes, 1 de mayo de 2009

Iñaki Ezkerra: 'El paradigma Txomin del Regato'


Se llamaba Txomin del Regato un personaje de ficción radiofónica creado por un señor nacido en la localidad navarra de Sesma que se servía de él para parodiar el habla aldeana en los años sesenta y que, con la llegada de la Transición -o con el simple paso del tiempo-, acabó siendo entre denostado y olvidado. El humor de Jesús Prados -así se llamaba el padre de Txomin del Regato- llegó a ser considerado como una 'humillación franquista al pueblo vasco' por cierto sector elitista del nacionalismo, por el más refinado e ideológico; por ese tipo de nacionalismo pijo-guipuzcoano-afrancesado que es el más ilustrado pero también el más radical y etnicista. Tal denostación tenía algo de exagerada porque la verdad es que aquel personaje era popularísimo en el País Vasco. Recuerdo a una familia nacionalista a cuya casa iba a jugar de crío que escuchaba a Txomin del Regato con devoción y hasta con un aire de clandestinidad, casi como si escucharan Radio París. Yo creo que tomaban la parodia por un homenaje a lo genuinamente vasco. O sea, que les parecía que había hasta un cierto reconocimiento en las salidas y las ocurrencias de aquel borono que siempre escapaba de las situaciones difíciles más airoso que los señoritos de ciudad que se creían muy listos.

Yo creo también que aquel aldeano hertziano era más bilbaíno que rural -de hecho sus 'grasias' estaban más cerca del 'género chirene' que del humor marciano que tienen los Atxagas, los Medem y compañía- como creo que el nacionalismo de Bilbao ha sido siempre más sociológico que ideológico, más costumbrista que lingüístico, y que por esta razón aquella parodia estaba bien vista aunque, con la democracia y con las expectativas doctrinarias del nacionalismo en el poder, terminó ganando la tesis de la humillación. Txomin del Regato padeció por parte de ese nacionalismo emergente un desprecio de la misma índole que el que ha descrito Jon Juaristi en Sabino Arana hacia Emiliano de Arriaga por no saber euskera, pese a ser tan racista y enemigo del progreso como él.

Pero la vida da muchas vueltas. El nacionalismo se quiso volver una cosa muy seria y consiguió ser una cosa muy triste. En los últimos años se ha producido, sin embargo, un curioso fenómeno: un amago institucional de tolerancia hacia el humor. En la Euskal Telebista posterior a Lizarra comenzaron a proliferar de manera frenética los programas y los anuncios humorísticos que de una manera sistemática tenían en común la parodia del aldeanismo. Desde la publicidad de Euskaltel en la que el grito de 'Patxi' era capaz de recorrer varias manzanas de casas hasta los vídeos de inocentadas en los que podía apreciarse el sello étnico en la impiadosa tosquedad de la broma, pasando por 'Vaya semanita', que es el más representativo de todos los ejemplos, el objetivo explícito y el mensaje tácito siempre han sido los mismos: 'transmitir a la sociedad que los vascos, incluso y sobre todo los nacionalistas, sabemos reírnos de nosotros mismos'. Ha habido demasiado empeño y ha sido éste demasiado orquestado como para no advertir lo que tiene de sospechoso. Se trataba, obviamente, de quitar hierro al concepto de lo vasco, de suavizar las formas del secesionismo oficial en el momento en el que éste más se radicalizaba y se hacía más férreo. Se trataba de permitir 'el cuestionamiento satírico del poder' (las alusiones a Ibarretxe, a sus consejeros, a 'lo más sagrado'...) aunque ese cuestionamiento fuera bastante 'light'; aunque el humor que lo oficiaba no fuera realmente libre y mirara siempre de reojo al poder como Mari Carmen y sus muñecos o cualquier otro humorista de la tele y el cine franquistas. Doña Rogelia y Paco Martínez Soria no eran más que leves versiones 'centralistas' del mismo paletismo que hoy en Euskadi halaga y busca valores nacionales en aquél a quien caricaturiza. Se trataba asimismo de hacer asimilable la injusticia en vez de denunciarla, de darle carta de legitimidad y normalidad a base de ironizar sobre ella. El famoso encapuchado que parodiaba el anuncio de Coca-Cola bailando con un cóctel molotov tenía un doble propósito: legitimar la 'kale borroka' como algo 'normal' y como algo 'genuinamente nuestro'.

Se reproducía, así, en todo su recorrido el mismo mecanismo satirizante de Txomin del Regato pero digamos que 'a lo bestia'. Se homenajeaba el propio objeto de la sátira aunque en esta ocasión no fuera simplemente la tosquedad racial sino incluso el terrorismo callejero al que también se le brindaba una coloración étnica. Esta tele-estrategia ha tenido objetos más veniales. Si era capaz de 'normalizar' la violencia mucho más capaz sería de hacer pasar por gracioso, por entrañable, por típicamente eúskaro el empecinamiento 'libreasociativo' de Ibarretxe o las bravatas sanguíneas de Arzalluz, como todo el repertorio costumbrista del modelo de ciudadano bien visto por el régimen: el burgués que no deja de ser campechano y tener cuadrilla, el potero al que se le hinchan las sienes hablando de fútbol... Pero en esta pedagogía pro costumbrista hay también una derrota inconfesable: la de los planes de euskaldunización. Como no se podía proponer el euskera como elemento identificativo se proponía el eusko-kasticismo y sus tópicos -sus valores satirizados pero reivindicados simultáneamente- como referencias sociales a imitar.

Dicho de otro modo, en la Euskadi que hemos conocido en los últimos años, gracias al exceso de la presión nacionalista y a la falta de un conocimiento real del vascuence, se ha exagerado el acento vasco, el humor llano y la rudeza en las formas, en los gestos, en el vestir o en el corte de pelo, tomando como modelos los que parodiaba benignamente -y por lo tanto halagaba- el humor de la televisión oficial como el 'maketo' de la era franquista simulaba la raza en el habla sirviéndose del modelo 'txomin-regatiarra'. Esta es la paradoja. La Euskal Herria de Ibarretxe ha teminado rehabilitando sin saberlo a aquella figura radiofónica que el propio nacionalismo había señalado como representativa de la opresión cultural fascista. En la medida en que este nuevo-viejo humor vasco se ha ido consolidando, se ha ido también asemejando cada vez más al patrón denostado y glorificándolo hasta el paroxismo.

Sí, la tardía, paradójica y apoteósica rehabilitación nacionalista de Txomin del Regato es la prueba irrefutable y la consecuencia inevitable del fracaso de la política lingüística. Al no poder crear el nacionalismo una comunidad verosímil de hablantes ha tenido que buscar un sucedáneo en la impostación de la vasquidad mediante un tipismo en el que no se sabe dónde termina la farsa y empieza la realidad, dónde la admiración linda con la parodia. La cohesión social que ha dado el humor oficialista de la ETB es la que daba a la propia comunidad vasca y española la radio franquista. No es casual que los episodios de 'Vaya Semanita' se difundan por toda España. Hemos dado una vuelta de treinta años, un viaje a través del soberanismo, el etnicismo y el monolingüismo para terminar donde estábamos, en el mismo paradigma: un señor de Sesma que hacía chistes de 'jebos'. No es contra el euskera pero sí contra su imposición y contra ese paradigma, contra ese sucedáneo opresivo en las exteriorizaciones y las conductas de los individuos, contra lo que va a tener que luchar Patxi López en su política cultural. Porque el problema es que a esa creación de aquel señor de Sesma, a Txomin del Regato, ahora le tomamos en serio, compramos su humor como una seña de identidad institucional, cosa que no ocurría entonces, cuando para la inmensa mayoría de la sociedad era un mero pasatiempo.

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