Hablamos siempre de lo que no tenemos. Habla de sexo el que no se jama ni una rosca y de dinero el que es sólo rico en deudas. Habla mucho de igualdad este Gobierno, que lo es de un país que históricamente sólo ha conocido las desigualdades y los privilegios; que los ha consagrado en el Estado de las autonomías como si fueran un logro social y que ahora se enfrenta a las diferencias sociales que no disminuye sino que agranda la crisis.
Tenemos una España de fueros y «estatuts» y cupos y conciertos económicos, pero podemos presumir de disponer de una ministra de la Igualdad que anda entre el futurismo negro de Orwell y el realismo mágico de García Márquez. Tenemos cuatro millones de parados camino de cinco, pero con esa «igualdad», que no hemos olido en la vida, nos hemos fabricado una carrera universitaria y vamos a tener «graduados en Igualdad», que es lo mismo que tener licenciados en bondad, doctores en fraternidad, decanos en caridad, catedráticos en esperanza.
Yo es que me imagino al típico cabeza de familia al que le sale un hijo que quiere ser graduado en Igualdad, o sea, que empieza a mostrar esas inquietantes inclinaciones desde la edad en la que los demás niños normales quieren ser papas, agentes secretos o reyes de España y al que no hay manera de quitarle esa idea de la cabeza según va creciendo porque siente vocación; siente, en fin, la llamada de la licenciatura en Igualdad y quiere seguirla. Yo es que me imagino a ese pobre hombre preguntándole al chaval lo de «¿y dónde piensas colocarte?». Porque ¿dónde se coloca un graduado en Igualdad? España ya está llena de camareros que son licenciados en Filosofía y Letras, de taxistas que son ingenieros de Caminos. ¿Adónde va un graduado en Igualdad en esta vida? Y otra pregunta: ¿qué existencia le espera teniendo que dar ejemplo de igualitarismo en un país donde las ideologías son sólo de boquilla? Porque un graduado en Igualdad tiene que ser una especie de santo, un ser sensible, un espíritu puro, una suerte de sacerdote del laicismo, un tipo al que no le importe sentarse con las marujas a ver los culebrones y a llorar. Y si vas por la calle y ves a un graduado en Igualdad conduciendo un Jaguar, pongo por caso, es que te da un vuelco el corazón y pierdes para siempre la fe en el socialismo, en el altruismo de Pepiño Blanco, en el progresismo y el tupé europeísta de López Aguilar; en todo.
A mí esto del graduado en Igualdad me ha recordado a «los expertos en la paz» que usan los nacionalistas para hacer su guerra. Y es que sencillamente no existen la paz ni la igualdad ni la felicidad como ciencias sino como aspiraciones inalcanzables, como grandes asignaturas pendientes de la Humanidad. Por desgracia lo que existe es lo contrario, lo alcanzable: la ciencia militar, la ciencia económica y la ciencia del dolor, que pueden servir -según se usen- para intentar preservar la paz o para destruirla, para tratar de limar las diferencias sociales o para acentuarlas, para procurar mitigar la enfermedad o para empeorarla.
Bibiana Aído se ha inventado un oficio que es la solución que estábamos esperando de este Gobierno contra el paro. Se dice que hemos vivido del ladrillo, pero ahora vamos a vivir de la profesionalización de la utopía, del aire. En cuanto salgan estos licenciados de la universidad va a haber tortas para contratarlos.
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