(Publicado en EL CORREO)
Antonio Basagoiti ha repetido estos días que lo importante no es que el nuevo lehendakari se apellide López sino que bajo su mandato se produzca un verdadero cambio en el País Vasco hacia la libertad y la igualdad en el reconocimiento de los derechos de los ciudadanos. Dicho de otra manera menos edificante, el PP vasco prefiere una legislatura armónica con el PSOE que dé sentido a su apoyo en la investidura y que haga una Euskadi más habitable a ir creciendo durante ella gracias a las traiciones, las incongruencias y, en definitiva, el fracaso de Patxi López en las expectativas que hoy genera su “koronación” como lehendakari. Realmente, el Lehendakari López Álvarez (López Álvarez suena todavía mejor que el López a secas) tiene suerte al toparse con un líder del PP al que le importa esta sociedad; que tiene principios aunque no los invoque como si fueran una patente suya, cosa que es lo frecuente, y que no va anteponer a éstos sus intereses personales como hacen algunos de esos que creen que los principios son ellos mismos y que fuera de su área de influencia no hay vida moral. Tiene suerte Patxi López si su verdadero propósito va a ser leal con el PP, porque, de no serlo, este último crecerá, en efecto, a su costa. Ésa es la espada de Damocles que va a pender sobre él durante toda la Legislatura pues, aunque es cierto que en estas elecciones no ha ganado el constitucionalismo, lo es también que ha ganado el deseo del cambio. Un cambio no idealista pero sí práctico. En ese “frente” que ni el PSE-EE ni el PP han presentado como tal caben desde nacionalistas moderados hasta conservadores pragmáticos, desde socialistas y liberales de piñón fijo hasta desmotivados tradicionales que en esta ocasión se han motivado con la esperanza de que cambien las cosas y no se han abstenido. Si a algunos de esos votantes las palabras “libertad” e “igualdad” les pueden parecer demasiado elevadas, si no sienten la indignación debida ante la Euskadi de los escoltados y los enchufados (seamos realistas), digamos que a todos les ha movido el cambio hacia la “tranquilidad” y la “normalidad”, esto es el deseo de no vivir todo el día sobresaltados con referendos anticonstitucionales e imposiciones monolingüísticas que amenazan con devaluar la educación de sus hijos y sus propios méritos laborales en un tiempo de crisis en el que no está el horno para bollos.
Se da la paradoja de que el postnacionalismo del que tanto se habló en la década de los noventa puede llegar, así, al País Vasco casi a la vez que el postconstitucionalismo y el postsocialismo, casi como al precio de ambos. Llega con un amago de suicidio del patriotismo constitucional, cuya bandera sólo se ha atrevido a agitar el PP ante estas elecciones. Llega cuando el PSOE ya lo había abandonado desde el 2004 y cuando el PP no se hallaba en condiciones de defenderlo unitariamente debido a su interna guerra fratricida; cuando se hallaba desarticulado el Movimiento Cívico, que no ha tenido ningún peso en la campaña. Es como si el Espíritu de Ermua hubiera ganado una batalla a la manera del Cid, después de muerto o de al menos despojarse de algunos de sus falsos profetas e interesados compañeros de viaje. Llega incluso contra el voto de algunos de esos compañeros que han hecho en nombre de los principios y como si ellos representaran el alma del constitucionalismo lo imposible para que el cambio no fuera posible.
Son los mismos que dan al PP vasco el consejo que ellos no siguieron de negarle el apoyo a Patxi López si no es a cambio de contrapartidas tangibles y los mismos que dirían que el PP ha dejado pasar imperdonablemente una oportunidad histórica si se les hiciera caso y el PSE-EE se mostrara avaro. Los mismos que le dicen a Basagoiti que debe ser generoso con López no pidiendo nada a cambio de la investidura y que mañana le reprocharían haberle votado en la investidura sin haber pedido nada a cambio. Son los que se quejarán tanto de pedir poco como de pedir mucho. Y es que la investidura no es un tema a discutir. Si el PSE-EE descarta hacer gobierno con el PNV, opción que tendría para el primero un carísimo precio por más que garantizara la estabilidad de Zapatero, a Basagoiti no le queda otra que apoyar esa investidura. Lo que sí le queda es tomar los espacios de poder que pueda porque ninguno es desdeñable (ni las Consejerías de Interior, Educación y Cultura ni la Diputación de Álava, ni el Ayuntamiento de Guetxo ni la presidencia del Parlamento Vasco) y porque allí donde estén serán garantía de que esa transformación sea efectiva. Lo que sí le queda es hacer valer su papel consolidador para el cambio o desestabilizador para el continuismo. Y es que nada va a perder en la oposición un Basagoiti que se ha revelado durante esta campaña como el líder sólido que estaba necesitando nuestro constitucionalismo. Aquí no estamos ni ante un buen chico teledirigido desde Madrid ni ante una mártir “por España y por Snoopy” que haga las delicias de los pijorrancios de la Corte ni ante un jefe de importación que llegaba tarde a los plenos parlamentarios porque estaba pensando en la sucesión a Aznar o en la jubilación europea.
En lo que se negocie estos días se verá la dirección que va a tomar la Legislatura, si el PSE-EE quiere tener a un PP enfrente o a un PP aliado. Esto es lo que debe plantearse Patxi López y le conviene más lo segundo que lo primero porque para enemigo ya tiene a un PNV que no sólo no le puede perdonar su osadía de “subirse a la parra del poder” sino que necesita hacer un discurso frentista para mantener su cohesión durante los cuatro años que le quedan por delante fuera de Ajuria Enea. Tanto si está en la oposición como si “gobierna sin cabeza”, el aglutinamiento que no le den los cargos o su visibilidad se lo va a tener que buscar en el enfrentamiento con los socialistas.
No. No es que uno no valore el valor enormemente simbólico de esa ceremonia parlamentaria que no pienso perderme. “Lehendakari López Álvarez” suena de cine, hay que reconocerlo. Suena tan revolucionario, tan heavy, tan eusko-mestizo-hidalgo-castellano, tan emocionante como sonaría “bertzolari Alvargonzález”. Uno, que es muy sentimental, no va a poder impedir que, al oír esas palabras, un escalofrío le recorra la espalda y le latigue las sienes. Uno no podrá evitar que vuele su imaginación en esos momentos y que sueñe con un balcón de Ajuria Enea al que se asome Patxi radiante en skijama; con una Maketa Enea, en fin, como Dios manda. Pero el símbolo hay que llenarlo de contenido. Y uno estará encantado si dentro de cuatro años el PP no ha crecido a costa de su incoherencia y si es el mejor gobernante que ha tenido esta sociedad y si esas palabras -“Lehendakari López Ávarez”- significan no sólo bienestar para su partido sino para todos los vascos.
Se da la paradoja de que el postnacionalismo del que tanto se habló en la década de los noventa puede llegar, así, al País Vasco casi a la vez que el postconstitucionalismo y el postsocialismo, casi como al precio de ambos. Llega con un amago de suicidio del patriotismo constitucional, cuya bandera sólo se ha atrevido a agitar el PP ante estas elecciones. Llega cuando el PSOE ya lo había abandonado desde el 2004 y cuando el PP no se hallaba en condiciones de defenderlo unitariamente debido a su interna guerra fratricida; cuando se hallaba desarticulado el Movimiento Cívico, que no ha tenido ningún peso en la campaña. Es como si el Espíritu de Ermua hubiera ganado una batalla a la manera del Cid, después de muerto o de al menos despojarse de algunos de sus falsos profetas e interesados compañeros de viaje. Llega incluso contra el voto de algunos de esos compañeros que han hecho en nombre de los principios y como si ellos representaran el alma del constitucionalismo lo imposible para que el cambio no fuera posible.
Son los mismos que dan al PP vasco el consejo que ellos no siguieron de negarle el apoyo a Patxi López si no es a cambio de contrapartidas tangibles y los mismos que dirían que el PP ha dejado pasar imperdonablemente una oportunidad histórica si se les hiciera caso y el PSE-EE se mostrara avaro. Los mismos que le dicen a Basagoiti que debe ser generoso con López no pidiendo nada a cambio de la investidura y que mañana le reprocharían haberle votado en la investidura sin haber pedido nada a cambio. Son los que se quejarán tanto de pedir poco como de pedir mucho. Y es que la investidura no es un tema a discutir. Si el PSE-EE descarta hacer gobierno con el PNV, opción que tendría para el primero un carísimo precio por más que garantizara la estabilidad de Zapatero, a Basagoiti no le queda otra que apoyar esa investidura. Lo que sí le queda es tomar los espacios de poder que pueda porque ninguno es desdeñable (ni las Consejerías de Interior, Educación y Cultura ni la Diputación de Álava, ni el Ayuntamiento de Guetxo ni la presidencia del Parlamento Vasco) y porque allí donde estén serán garantía de que esa transformación sea efectiva. Lo que sí le queda es hacer valer su papel consolidador para el cambio o desestabilizador para el continuismo. Y es que nada va a perder en la oposición un Basagoiti que se ha revelado durante esta campaña como el líder sólido que estaba necesitando nuestro constitucionalismo. Aquí no estamos ni ante un buen chico teledirigido desde Madrid ni ante una mártir “por España y por Snoopy” que haga las delicias de los pijorrancios de la Corte ni ante un jefe de importación que llegaba tarde a los plenos parlamentarios porque estaba pensando en la sucesión a Aznar o en la jubilación europea.
En lo que se negocie estos días se verá la dirección que va a tomar la Legislatura, si el PSE-EE quiere tener a un PP enfrente o a un PP aliado. Esto es lo que debe plantearse Patxi López y le conviene más lo segundo que lo primero porque para enemigo ya tiene a un PNV que no sólo no le puede perdonar su osadía de “subirse a la parra del poder” sino que necesita hacer un discurso frentista para mantener su cohesión durante los cuatro años que le quedan por delante fuera de Ajuria Enea. Tanto si está en la oposición como si “gobierna sin cabeza”, el aglutinamiento que no le den los cargos o su visibilidad se lo va a tener que buscar en el enfrentamiento con los socialistas.
No. No es que uno no valore el valor enormemente simbólico de esa ceremonia parlamentaria que no pienso perderme. “Lehendakari López Álvarez” suena de cine, hay que reconocerlo. Suena tan revolucionario, tan heavy, tan eusko-mestizo-hidalgo-castellano, tan emocionante como sonaría “bertzolari Alvargonzález”. Uno, que es muy sentimental, no va a poder impedir que, al oír esas palabras, un escalofrío le recorra la espalda y le latigue las sienes. Uno no podrá evitar que vuele su imaginación en esos momentos y que sueñe con un balcón de Ajuria Enea al que se asome Patxi radiante en skijama; con una Maketa Enea, en fin, como Dios manda. Pero el símbolo hay que llenarlo de contenido. Y uno estará encantado si dentro de cuatro años el PP no ha crecido a costa de su incoherencia y si es el mejor gobernante que ha tenido esta sociedad y si esas palabras -“Lehendakari López Ávarez”- significan no sólo bienestar para su partido sino para todos los vascos.
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