Artículo de Ernesto Ladrón de Guevara, publicado en MINUTO DIGITAL.
Las elecciones vascas se celebraron ya hace unos días. Los suficientes como para hacer una valoración del escenario que se avecina, sin apasionamientos estériles.
Las reacciones de los nacionalistas son las propias de quienes han configurado un régimen, formalmente democrático, pero de muy baja calidad en las fórmulas de convivencia y en el modelo de representación. No es que la democracia en España sea precisamente un paradigma de perfección. Los déficits son evidentes y la legalidad es como un chicle que se adapta a las necesidades, pero nadie con sentido común es capaz de razonar con un mínimo de inteligencia diciendo que el País Vasco se haya destacado por un pluralismo en el juego político y por la igualdad imprescindible en las opciones de poder. La sola presencia de ETA ya es un argumento suficientemente contundente para convencer a todo aquel que desapasionadamente analice lo que ha ocurrido en estos últimos treinta años de hégira nacionalista. Y a estas alturas nadie es capaz de rebatir la evidencia de los hechos, sobre todo la que muestra que el bloque separatista ha sido el directamente beneficiado por el terror y el que ha estado flirteando con todo descaro dando, incluso, cobertura en todos los órdenes, explícita o implícitamente, de forma denotativa o connotativa, al llamado frente social de ETA. Hasta el punto de constituir un Régimen solapado en proceso de estructuración totalitaria bajo el nombre de Euskal Herria. El Pacto de Lizarra fue el punto de inflexión más importante y clarificador en esa dirección.
Por eso, por esa reacción cercana al paroxismo, queda en evidencia la necesidad de regenerar la vida social y política. La exigencia ineludible de recomponer las posibilidades existentes de convivencia en pluralidad, resituando la vida pública donde tiene que estar, que es en el Forum ciudadano, en la cívitas social, allí donde convergen todos los impulsos vitales convergentes o divergentes, diversos, como expresiones variadas de un elemento común: las gentes que comparten sentimientos de pertenencia diferentes. Para desarrollar proyectos en todos los órdenes, culturales, filosóficos, religiosos, económicos, educativos, etc, bajo la sola condición de estar al albur de la libertad, de la ley y del respeto mutuo. No cabe para eso cesión alguna hasta su logro.
He leído a algún articulista criticar el déficit democrático al impedir presentarse a la opción de la serpiente y el hacha en estas elecciones, y dejar así sin posibilidad de representación a cien mil ciudadanos que pugnan por la esclavización del resto. Tampoco he visto yo que se haya posibilitado el voto a esos doscientos cincuenta mil vascongados que han tenido que exiliarse para poder desarrollar su existencia en paz y sin coacciones. No sé si les habrá ocurrido a otras personas, pero mi hija no ha podido ejercer su derecho pues viviendo de forma transitoria fuera de Vascongadas no le han llegado las papeletas de voto, para hacerlo por correo, y ya vemos que unos pocos votos pueden hacer oscilar un escaño de un bloque a otro del espectro político. Por no decir lo de los miles de jóvenes como mi hijo que han tenido que buscarse la vida fuera porque el ambiente aquí les resultaba irrespirable. ¿Cómo se soluciona eso? ¿Eso produce una buena calidad democrática? ¿Qué me dicen a eso, señores nacionalistas? Y sobre la transversalidad de los gobiernos para que sean de amplio espectro sólo hay una respuesta posible: treinta años bajo el signo excluyente dan de sí para exigir un pequeño giro hacia la otra parte. ¿O es que los vascos somos propiedad de quienes se sienten antiespañoles? Ya es hora de que cambien las tornas y que se de la vuelta a la tortilla como se decía en tiempos de la Dictadura. Cualquier fórmula totalitaria induce al sector oprimido de la sociedad a buscar los resquicios que permitan la ruptura del corsé que ahoga los impulsos liberadores. Es el signo de la Historia, en cualquier parte del universo humano, donde se mire.
Por tanto: sea el que sea el resultado de la formación del gobierno para la próxima legislatura, los vascos no nacionalistas hemos sentido un alivio, como si se nos hubiera quitado una losa que nos aplastaba. De momento hemos empezado bien. Y aunque los socialistas no están llevando a España al mejor puerto, la posibilidad de formar un ejecutivo que rompa parte de las cadenas del soberanismo esquizofrénico y fraticida junto a los representantes del pueblo oprimido ya es suficientemente esperanzador.
Quizás a modo de alegoría puede servir de contrapunto una anécdota que me contaron mis protectores, en un cercano bar próximo a mi casa. No voy a citar el nombre del personaje, conocido nacionalista (no es del PNV), que decía en voz alta para que lo oyeran mis escoltas:
–La culpa la tienen esos hijos de puta que protegen a esos españolazos de mierda, que votan lo mismo que ellos. Chupan nuestro dinero y encima nos quitan lo nuestro.
Así son las cosas de este País (vascongado). Los opresores que han chuleado como si fuera suyo se duelen porque las víctimas tengamos derechos. Por eso, y aunque fuera efímera la sensación. Ha merecido la pena, y estoy feliz.
Suerte, Patxi López, y que te dejen gobernar si no te hacen tropezar, y si no te equivocas como tus antecesores en el ejercicio legítimo del poder.
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