De nuevo traemos a estas páginas digitales la opinión de mi paisano Joaquín Leguina, quien en este caso analiza, con gran tino, el cambio político producido en Galicia y en el País Vasco.
Los resultados electorales del 1 de marzo de 2009 han puesto en la picota –y no sólo en Galicia- una estrategia montada por el “nuevo socialismo” tras la llegada de Rodríguez Zapatero a la Secretaría General del PSOE. Una estrategia consistente en propiciar “Gobiernos de progreso” allí donde pudieran montarse (desde con ERC en Cataluña hasta con los “leonesistas” en el Ayuntamiento de León).
Es obvio que en el envés de la trama de esa estrategia estaba la idea “genial” de aislar al PP. En el interesado imaginario del “nuevo” socialismo, el PP es un partido franquista y, por tanto, para acabar con ese franquismo residual poco importaba la compañía con quien uno se metía en el lecho gubernamental. Y, aunque en el decir británico “la política hace muy extraños compañeros de cama”, los “encamados” con el PSOE en esta estrategia “de progreso” resultaron ser clónicos: todos nacionalistas, todos con pujos identitarios, todos independentistas… y, claro, aislar al PP a base de juntarse con esos partidos no podía traer sino malas consecuencias para el Estado.
La cosa quedó clara –vía catalana- en cuanto se abordaron, sin consenso con el PP, asuntos de Estado, como el Estatuto de Cataluña. Dicho en otras palabras: abordar a base de compañeros de viaje de corte identitario y nacionalista cualquier política de Estado resulta una misión imposible. Con ellos, cualquier estrategia de ese tipo está condenada al fracaso, a no ser que esa política consista en introducir en las instituciones derivas identitarias y disgregadoras.
Los dos intentos de “tripartito” en Cataluña dan buena cuenta de lo que se acaba de escribir y lo mismo ha ocurrido con el fracasado “bipartito” gallego, auténtico paradigma, este último, de lo que no se debe hacer. Porque, a estas alturas, habremos de admitir que los nacionalistas identitarios son unos auténticos maestros en crear problemas donde no los hay.
Incapacitados para una colaboración leal, los nacionalistas del BNG han metido al PSOE gallego en una trampa para elefantes: a) impidiendo que se constituyera un auténtico gobierno y creando en su lugar un reino de Taifas dedicando su parcela a una cruzada independentista y clientelar, y b) para más inri, sin que nadie les pusiera coto han arrastrado al “gobierno de progreso” hacia donde tanto gusta a los independentistas: la guerra contra el castellano… y, claro, en una tierra donde esa guerra no existía, muchas personas razonables habrán pensado que ya está bien de bromas.
Los del “bipartito” han perdido las elecciones gallegas cuando lo lógico hubiera sido consolidarse después de tan solo cuatro años en el poder y tras décadas de gobiernos del PP. Por ello –y a pesar de los méritos que pueda tener Núñez Feijoo- bien puede concluirse sin miedo al error que el PSOE y el BNG han perdido las elecciones a causa de sus propios deméritos.
Pero, además, una estrategia (tan característica de un táctico) como ésa de aislar al PP que no se sostiene –ya lo he dicho- cuando es preciso abordar políticas de Estado, tampoco es fácil poner en pie en los territorios en los cuales el adversario principal del PSOE es un partido nacionalista. Tal es el caso del País Vasco. ¿Cómo aislar allí al PP sin contar con el PNV?
López lo ha expresado sin ambigüedades: “Ha llegado la hora del cambio”. Pues bien, ese cambio sólo puede entenderse de una forma: que el PNV pase a ocuparse, al fin, de la muy honorable labor de oposición… y para ello se ha de contar –al menos en la investidura- con los votos “no nacionalistas”, es decir, con los del PP.
El PNV, a partir del acuerdo estellés con ETA, montó un frente identitario y soberanista, sostenido por su lehendakari y por sus dirigentes más radicales. No es de extrañar, por tanto, que ahora haya fagocitado electoralmente a sus compañeros de aventura (Eusko Alkartasuna y Esker Batua), dejando, incluso sin escaño, a ese maestro del oportunismo llamado Javier Madrazo, convertido ahora en enterrador de Izquierda Unida en el País Vasco.
Mas esa concentración de votos y de escaños constituye una victoria pírrica que no le permitirá sostenerse en el Gobierno, a no ser, claro está, que de inmediato comiencen los enjuagues y los mangoneos… intercambiando la primogenitura del “cambio” en el País Vasco por un plato de lentejas en forma de apoyo presupuestario en la Carrera de San Jerónimo de Madrid.
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