(publicado en La Razón)
De acuerdo. Hablemos de valores ahora que ha pasado la campaña de las europeas y que nadie nos podrá acusar de hacer demagogia con la ética. «La crisis –han dicho algunas voces– no es sólo económica sino también moral». Y algo de eso hay cuando todas las crías de quince años saben quién es Belén Esteban, cuando la telebasura se convierte en valor educativo y a un señor que organiza un curso en la Juan Carlos I se le pasa simplemente por la cabeza la idea de llevar de ponente a Julián Muñoz (aunque luego se retracte de tan académica iniciativa) o cuando nos encontramos con noticias tan brutales como la de ese pobre boliviano que perdió el brazo trabajando y que fue abandonado a doscientos metros de un hospital por el mismo empresario que poco antes le había tirado el miembro amputado a un contenedor. No hay que ser un «pureta» para experimentar asco ante una televisión que cuando no nos invita a la ludopatía desquiciada nos pone al tanto con pelos y señales de los apareamientos de una gente con otra, o sea, que ya es puro parte biológico, información exhaustiva de las segregaciones y transmisiones de líquidos entre analfabetos. No hay que ser cristiano siquiera para detestar a una sociedad que hace ricos a los ladrones «si nos cuentan cómo lo hicieron» o para sentir consternación y rabia ante ese brazo que ya no podrá reimplantarse y que nos remite no ya al capitalismo manchesteriano sino al esclavismo puro y duro.
Cuando uno oye hablar a alguien de «los valores que se están perdiendo por el materialismo reinante y el afán desmedido de lucro» se imagina que se está refiriendo antes que a nada a casos como ése, que inspiran idéntica repugnancia desde la moral cristiana como desde la kantiana. Pero a veces uno «se imagina mal», porque ese alguien de pronto le aclara que «lo que hace falta en España es un partido que recupere los principios que ha perdido el PP y que eche a todos los inmigrantes, a los musulmanes los primeros». O sea que para dicho «moralista» los valores occidentales y cristianos sirven justo para lo contrario para lo que deben servir, no para intentar hacer un mundo mejor y coincidir en esa empresa con todos los hombres de buena voluntad, sean católicos o ateos, sino para recorrer la sectaria y miserable senda ideológica que ya recorrió un tal Sabino Arana hace más de un siglo. No se ha pasado uno la vida aborreciendo ese etnicisno sabiniano de palio teocrático para acabar incurriendo en otro semejante que además sería el padre de aquél, pues la raíz xenófoba del PNV, mal que le pese, está en la vieja tradición española de la pureza sanguínea.
Vivimos una época difícil de recesión, que es terreno abonado para que proliferen los discursos xenófobos, las demandas de un partido de extrema derecha al estilo de los que ya pisan el Parlamento Europeo. Y si hablamos de valores, –sean cristianos o laicos– éstos deben servirnos precisamente para evitar que en nuestro país surja uno de esos monstruitos. Si malo sería incurrir en el buenismo insensato del «¡que vengan todos!», peor es cumplir el verdadero sueño de Zapatero: perpetuarlo en el poder a base de cercenar la derecha democrática y sus grandes valores como el brazo de ese trabajador boliviano arrojado a un basurero. Porque tales valores están en ese brazo: la piedad, el amor, la solidaridad, la civilización, la ciencia que podía haberlo salvado.
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