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Alguna vez he hablado en estas páginas de lo peligroso que es inventarse alegremente 'derechos humanos' que no están contemplados en la Carta Universal de 1948. Y es que si no lo están por algo será. No lo están porque podrían pisar a otros derechos más básicos; porque el espacio del derecho no es infinito y porque los que sí están han sido largamente pensados para que no colisionen entre ellos. Pues bien, lo que ocurre con los derechos humanos pasa con los derechos civiles. El zapaterismo se ha caracterizado por una suerte de 'fundamentalismo derechista' que no es precisamente el del conservadurismo radical sino que proviene de la izquierda y que ha consistido en una 'exacerbación selectiva del derecho'; en una superproducción de derechos superfluos (los de las lenguas a no desaparecer, los de la propiedad intelectual, los del simio a vivir en libertad.) que resulta sangrante en un país donde, paradójicamente, aún se vulneran derechos fundamentales.
La legislatura anterior y la presente han sido un claro exponente de esa impostación legalista que no tiene como objetivo facilitar la convivencia sino lo contrario: buscar problemas donde no los había y crear de manera constante polémicas que nos distraigan de los problemas reales para los que no se encuentra solución.
Los extremos se abrazan y detrás del afán de prohibir de nuestros gobernantes (los rótulos de las tiendas en castellano y los toros en Cataluña o fumar en los espacios públicos y las descargas de Internet en toda España.) no estarán quizá el reaccionarismo y el moralismo tradicionales pero sí un dogmatismo progresista tan peligroso como el conservador y un ánimo de provocación que busca llevar reivindicaciones cabales que suscribiríamos la totalidad de los ciudadanos a un límite que consiga el rechazo y la irritación de una mitad de ellos así como la adhesión de la otra mitad lo bastante fanatizada para garantizar su permanencia en el poder.
Yo es que creo que vamos a perder todos si nos ponemos así, si algunos empiezan a mirar al vecino a ver si les va a pisar un callo antes de que se lo pise; si algunos van por la vida deseando que el vecino les pise un callo para pararle los pies; si vamos a usar las leyes no para facilitarnos la vida sino para amargárnosla. Tan malo es el fundamentalismo derechista como el derechismo fundamentalista y la extrema derecha como este 'extremo derecho'.
Siempre se ha dicho que éste es un país en el que a alguien le pones un uniforme de conserje y se cree capitán general. Ese estereotipo racial, que se había extinguido con el franquismo, ha vuelto. Ha vuelto -paradójicamente por una sobreactuación de la democracia- el español del uniforme vengador. Y ¡ojo! porque no mira a quién echa el alto.
La legislatura anterior y la presente han sido un claro exponente de esa impostación legalista que no tiene como objetivo facilitar la convivencia sino lo contrario: buscar problemas donde no los había y crear de manera constante polémicas que nos distraigan de los problemas reales para los que no se encuentra solución.
Los extremos se abrazan y detrás del afán de prohibir de nuestros gobernantes (los rótulos de las tiendas en castellano y los toros en Cataluña o fumar en los espacios públicos y las descargas de Internet en toda España.) no estarán quizá el reaccionarismo y el moralismo tradicionales pero sí un dogmatismo progresista tan peligroso como el conservador y un ánimo de provocación que busca llevar reivindicaciones cabales que suscribiríamos la totalidad de los ciudadanos a un límite que consiga el rechazo y la irritación de una mitad de ellos así como la adhesión de la otra mitad lo bastante fanatizada para garantizar su permanencia en el poder.
Yo es que creo que vamos a perder todos si nos ponemos así, si algunos empiezan a mirar al vecino a ver si les va a pisar un callo antes de que se lo pise; si algunos van por la vida deseando que el vecino les pise un callo para pararle los pies; si vamos a usar las leyes no para facilitarnos la vida sino para amargárnosla. Tan malo es el fundamentalismo derechista como el derechismo fundamentalista y la extrema derecha como este 'extremo derecho'.
Siempre se ha dicho que éste es un país en el que a alguien le pones un uniforme de conserje y se cree capitán general. Ese estereotipo racial, que se había extinguido con el franquismo, ha vuelto. Ha vuelto -paradójicamente por una sobreactuación de la democracia- el español del uniforme vengador. Y ¡ojo! porque no mira a quién echa el alto.
(Publicado en EL CORREO DIGITAL)
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