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(La Razón).- Confieso mi desconcierto y perplejidad ante la fracasada huelga de funcionarios. Fue la primera vez en mi vida que no supe muy bien qué es lo que debía desear: que triunfara para ver en apuros al Gobierno o que fracasara para ver en apuros a los sindicatos, para que se demostrara su escasa capacidad de movilización y que no representan al mundo de los trabajadores que dicen representar.
Pero lo que más me deja perplejo es que esa huelga fracasara adrede y por la voluntad de los que la convocaron, o sea que la UGT, para ayudar a Zapatero y no empujarle al precipicio electoral, prefiriera autoinmolarse públicamente convocándola sin convicción y que ahora prepare otra representación laboral-teatral de parecidas características. Porque la huelga general que se está anunciando va a ser otro paripé de una disconformidad ligth con la política de recortes sociales del Zapatazo; una huelga de arte y ensayo en la que sí se protestará pero no se protestará sino todo lo contrario; una huelga-trampa ante la que tampoco sabe uno bien lo que debe desear, una huelga del zapaterismo contra el zapaterismo.
Si uno desea que gane estará fingiendo creer ese simulacro extemporáneo y rancio de destemplado obrerismo que quiere representar Cándido Méndez, ese neosindicalismo posmoderno, liberado y subvencionado, entre ultramontano y florentino que muestra una cabezota social-racial de gigante de la Isla de Pascua pero a la vez un discurso blandito y flojeras que es un tongo ante al poder.
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