Nuestra campaña en Cantabria
Crónica de Ignacio Rueda (candidato de C's al Senado)
Allí en Santander, escondido entre la bruma del anonimato y en un sol ilegible, nos metimos en el mercado grande, miramos los besugos, las chicas que venden pollo, rodaballos salvajes, carnes magras de silencio, y allí sí nos desnudamos y nos veían los mercaderes con sus ojos y su escuchar atónito. Tanta queja de tantos años y tanto desaliento, el hastío de la política, las hostias de las poltronas y hubo un señor que esperadamente me dijo: "¿Y vosotros no robaréis también, verdad?"
Pero si yo no sé robar y le contaba a Luis que quizá fuera preferible ponerse en medio de las calles y soltar aquello de "miren señores, es muy triste tener que robar..."
Parecíamos dos cómicos de la legua con nuestro roller a modo de instrumento musical y le propuse a Luis lo de convertirnos en estatuas callejeras y por cada voto conseguido cambiar de postura como en las Ramblas de Barcelona. O pedir abrazos: necesito un millón de abrazos y sesenta mil votos.
El roller p'alante, el roller p'atrás, el roller a "tomapo'culo" pero no, siempre al final quedaba exquisitamente tieso y lucía Rivera con su cara de médico residente recién estrenado de la Residencia Vall d´Hebron, y sus pulmones resonaban entre nuestros ecos "Mire, señora, un partido nuevo, el único que defiende quitar los privilegios aquí y en la China Popular, fuera los Conciertos Económicos, y fuera los cupos y los cuponazos, anclados en "tironukoak" carlistoides.
Y luego de cañas, y de vinos, y de pinchos, con un Luis sublime captando votos a base de sentido común y de raciones de pétalos amables. Cada voto nos costaba media hora y una de ibéricos o de rabas entre la concurrencia, pero hubiera dado todo mi gran porvenir en la política por oír decir a aquella chica ligeramente bebida que nos admiraba.
Y de copas, y de razones poderosas, dejando los flyers en mitines de barra entre pincho y pincho, orla de camaraderías, arcángel centinela de la dignidad, fiel escrutinio ahora que todavía somos esperanza, incluso en Santander. Y en su Sardinero, en donde al desmayarse la tarde, una brisa serena ondulaba olas vivísimas, cuando parecíamos Luis y yo, los dos náufragos aquellos tan metódicos del poeta, contando los votos y las olas que nos bastan para llegar a ser una realidad imposible pero necesaria.
Al día siguiente, Luis "negociaba" desde el entorno de nuestro colorista y ligero roller con las del Pepé, que estaban en su cabina color gaviota descorazonada y fría, con cara de catetas, y les perdonaba la vida; caramba, le miraban de arriba a abajo, que Luis es muy largo, casi como un tren de lejanías. Yo me dediqué a comprar sobaos, mientras nuestra candidata estrella, Marisa del Campo, poeta deslumbrante, recibía un master de cómo funciona el mando a distancia de nuestros sueños y de nuestras entusiastas ilusiones.
A la vuelta, en nuestra caravana individual de coche engalanado con la efigie de nuestro joven presidente, íbamos perdiendo el amable lastre de los carteles pegados al coche a razón de cuarto y mitad de pulmones y de Rivera por cada comunidad autónoma, casi todas con sus fueros y sus canesús. Claro, papel celo comprado en el todo a cien, así ... ¡qué quieres! ¡Qué pena ser tan mendigos de la razón y de la bendiciente paloma estremecida!
Allí en Santander, escondido entre la bruma del anonimato y en un sol ilegible, nos metimos en el mercado grande, miramos los besugos, las chicas que venden pollo, rodaballos salvajes, carnes magras de silencio, y allí sí nos desnudamos y nos veían los mercaderes con sus ojos y su escuchar atónito. Tanta queja de tantos años y tanto desaliento, el hastío de la política, las hostias de las poltronas y hubo un señor que esperadamente me dijo: "¿Y vosotros no robaréis también, verdad?"
Pero si yo no sé robar y le contaba a Luis que quizá fuera preferible ponerse en medio de las calles y soltar aquello de "miren señores, es muy triste tener que robar..."
Parecíamos dos cómicos de la legua con nuestro roller a modo de instrumento musical y le propuse a Luis lo de convertirnos en estatuas callejeras y por cada voto conseguido cambiar de postura como en las Ramblas de Barcelona. O pedir abrazos: necesito un millón de abrazos y sesenta mil votos.
El roller p'alante, el roller p'atrás, el roller a "tomapo'culo" pero no, siempre al final quedaba exquisitamente tieso y lucía Rivera con su cara de médico residente recién estrenado de la Residencia Vall d´Hebron, y sus pulmones resonaban entre nuestros ecos "Mire, señora, un partido nuevo, el único que defiende quitar los privilegios aquí y en la China Popular, fuera los Conciertos Económicos, y fuera los cupos y los cuponazos, anclados en "tironukoak" carlistoides.
Y luego de cañas, y de vinos, y de pinchos, con un Luis sublime captando votos a base de sentido común y de raciones de pétalos amables. Cada voto nos costaba media hora y una de ibéricos o de rabas entre la concurrencia, pero hubiera dado todo mi gran porvenir en la política por oír decir a aquella chica ligeramente bebida que nos admiraba.
Y de copas, y de razones poderosas, dejando los flyers en mitines de barra entre pincho y pincho, orla de camaraderías, arcángel centinela de la dignidad, fiel escrutinio ahora que todavía somos esperanza, incluso en Santander. Y en su Sardinero, en donde al desmayarse la tarde, una brisa serena ondulaba olas vivísimas, cuando parecíamos Luis y yo, los dos náufragos aquellos tan metódicos del poeta, contando los votos y las olas que nos bastan para llegar a ser una realidad imposible pero necesaria.
Al día siguiente, Luis "negociaba" desde el entorno de nuestro colorista y ligero roller con las del Pepé, que estaban en su cabina color gaviota descorazonada y fría, con cara de catetas, y les perdonaba la vida; caramba, le miraban de arriba a abajo, que Luis es muy largo, casi como un tren de lejanías. Yo me dediqué a comprar sobaos, mientras nuestra candidata estrella, Marisa del Campo, poeta deslumbrante, recibía un master de cómo funciona el mando a distancia de nuestros sueños y de nuestras entusiastas ilusiones.
A la vuelta, en nuestra caravana individual de coche engalanado con la efigie de nuestro joven presidente, íbamos perdiendo el amable lastre de los carteles pegados al coche a razón de cuarto y mitad de pulmones y de Rivera por cada comunidad autónoma, casi todas con sus fueros y sus canesús. Claro, papel celo comprado en el todo a cien, así ... ¡qué quieres! ¡Qué pena ser tan mendigos de la razón y de la bendiciente paloma estremecida!
1 comentario:
¡ Sois los indomables cántabros de siglo XXI ! Con la fuerza de la razón.
Me ha emocionado la crónica . Vamos, que si existiera la teletransportación, me encantaría estar ahí con vosotros
Decía Eleanor Rooselvelt : "El futuro es de aquellos que creen en la belleza de sus sueños".
¡¡Adelante y ánimo!!
Un abrazo desde Barcelona
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