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lunes, 7 de septiembre de 2009

Iñaki Ezkerra: 'A la contra'

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(Publicado en EL CORREO)

A LA CONTRA

Leo, enormemente alarmado, en una publicación médica, que las mascarillas no sólo no son útiles para protegernos de la gripe A sino que incluso son peligrosísimas porque pueden facilitar su contagio. La explicación está -según el docto autor del artículo- en que esos bozales presuntamente higiénicos pero porosos por pura definición, crean, adheridos a la boca humana, un espacio de humedad catastrófico, un fatal caldo de cultivo, una desdichada suerte de microclima viciado en el que los virus más agresivos encuentran el hábitat deseado, la tierra prometida, algo así como la meca de la griposidad para adherirse, alojarse y reproducirse logarítmicamente. De este modo, basta con que un paciente de la mencionada gripe se digne a estornudar ante tu mascarilla para que las partículas nocivas de las que son portadoras las etéreas gotitas de fluido mucal que despide queden prendidas en la tela, la traspasen y comiencen a reproducirse frenéticamente convirtiendo, así, al precavido usuario en acreedor al virus, sólido propietario y firme candidato a víctima del mal que se deseaba extirpar.

A mí esto de la contraindicación de la mascarilla no me ha sorprendido, la verdad, para qué mentir. Me ha parecido más bien un fenómeno inevitable, una ley de vida. Es lo que pasa siempre con todo lo que recomiendan los médicos. Antes o después el café deja de ser un agente irritador del colon para convertirse en su mejor aliado, en un desinfectante, una escoba, una fregona del intestino grueso y la mejor 'vacuna' contra el cáncer. Antes o después el vino deja de considerarse perjudicial para el hígado y se vuelve su más providencial socorrista desde el momento en que actúa como activador de la sangre y acelerador del proceso de depuración hepática a la par que como privilegiado e insuperable previsor del infarto. Antes o después el café y el vino vuelven a convertirse en los más encarnizados enemigos de la salud hasta que el péndulo se vuelve a mover en la dirección lisonjera en alguna revista.

Ahora le toca a la mascarilla su tiempo de purgatorio, sus horas bajas tras el apogeo, el reinado, el éxito. Y se dice que sólo sirve para el que ya padece la gripe, para que no la ande contagiando, para que quede detenida en ese burka laico, no para el que está sano y puede encontrar en ella una autopista para su transmisión, una garantía para el contagio. Ahora se recuerda que la mascarilla se estrenó en Estados Unidos con la gripe del 18 y no sirvió de nada. Yo creo que voy a hacer como con el café y con el vino. Voy a ponérmela.

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