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(LA GACETA).- Déjeseme jugar en el título con una famosa expresión que en su día aplicó Salvador Dalí a su cofrade Pablo Picasso, por lo que en seguida se verá. Esto no es una reseña literaria, sino la crónica de un acontecimiento cultural y político. Hace algunos años, cuando Joaquín Leguina era presidente de la Comunidad de Madrid, me lo topé saliendo de la estación de Metro de Sol. Iba el hombre tan tranquilo, leyendo el ABC, como un funcionario típico. Así iba regularmente a su oficina (cuando no había un acto protocolario), que era la restaurada Casa de Correos. No me he tropezado con muchos altos cargos en el Metro madrileño; realmente ninguno. Precisamente por lo excepcional que resulta una situación como la que digo, merece ser resaltada. Después de todo, es una confirmación de que el Metro de Madrid es el mejor del mundo.
Ahora Leguina ha publicado una última novela, La luz crepuscular (como el famoso bolero de Jorge Sepúlveda). La Asociación Conde Aranda le ha dado lo que antes se decía un "banquete" en la cripta del Café Gijón. Es una excelente costumbre, ésta de los banquetes literarios, que convendría revitalizar. Aunque Leguina vino a hablar de su libro (según la frase de Umbral), la conversación pública con los comensales giró en torno a la política. Después de todo, estamos ante un libro eminentemente político.
La novela de Leguina pertenece realmente a un género híbrido, que suele ser muy productivo. Por un lado, es una novela histórica, al estilo de Los episodios nacionales de Galdós. Es decir, un personaje anónimo asiste como espectador de los sucesos políticos. Por otro, es una autobiografía intelectual en la línea de Salvador Pániker o de Carlos Barral. El mestizaje resultante se parece un poco a La forja de un rebelde, de Arturo Barea. Adelanto que, en la obra que comento de Leguina, lo más interesante no es la parte que tiene de ficción sino la autobiográfica. Claro que el lector ingenuo no va a ser capaz de establecer la distinción entre lo imaginado y lo real. Mi impresión es que la ficción tiene mucho que ver con los sueños eróticos del autor.
No he logrado averiguar por qué ese recurso al género híbrido, incluso alternado con párrafos en primera o tercera persona y hasta con diferentes tipos de letra. Puede ser por timidez del autor, por temor a aparecer como narcisista o simplemente por jugar. Me parece que operan las tres razones.
Estamos realmente ante una prosopografía, esto es, una biografía de una generación de políticos e intelectuales. Lo sé muy bien porque yo mismo, metido ahora en escribir mis memorias, le doy ese mismo enfoque. El intento prosopográfico sería lo que, en la pintura clásica, corresponde a La escuela de Atenas de Rafael. Se trata de la representación de los sabios griegos. En este caso sería la escuela de Madrid, la de los universitarios antifranquistas. Aparecen también los catalanes y los vascos. Valga la extraña paradoja de que, en el mismo centro de "La Comercial" de Deusto, surgiera también el embrión de la ETA.
Entiendo y me atrae el empeño de Leguina porque él y yo somos casi de la misma quinta. Por tanto, hemos vivido experiencias parecidas. Sólo que él se decantó por la carrera política y yo me fui más a la académica. Leguina es de formación gala y yo anglicana. Pero los dos hemos dado clase en el mismo departamento universitario, el de Población, en Sociología de la Complutense. Al final volvemos a coincidir los dos en el menester literario y en el de comentaristas políticos. Ocasionalmente nos asomamos ambos a la ventana de LA GACETA. Aunque la carrera política de Leguina se haya hecho en el PSOE, su origen no está en el socialismo obrerista histórico. Él proviene más bien de lo que podríamos llamar "socialismo universitario", lo que se dijo el FLP o Felipe. Con el tiempo, Leguina y yo (por distintos conductos) hemos coincidido en una crítica al socialismo español actual. La verdad es que el PSOE gobernante no es ni el socialismo obrerista histórico ni el universitario. Aunque utilice el acrónimo de PSOE, es más bien una suerte de prepóstero republicanismo; le sobra la E y le queda muy amplia la O de las siglas. Leguina entronca más con el socialismo de Prieto que con el de Largo Caballero.
Una gran diferencia entre el perfil intelectual de Leguina y el mío es que él ha formado parte siempre del establecimiento cultural. Ese concepto viene representado por El País y sus editoriales conexos. Eso pesa más todavía que la brillante carrera política que ha desplegado el de Santander. Ahora puede darse el gustazo de una posición socialista pero independiente; ya no tiene que hacer méritos para ascender en el partido. En todo caso, es el momento de que el Estado y la sociedad civil reconozcan sus méritos. Ese acto sería realmente "el palio de la luz crepuscular".
Amando de Miguel es catedrático de Sociología.
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