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La legislatura anterior y la presente han sido un claro exponente de esa impostación legalista que no tiene como objetivo facilitar la convivencia sino lo contrario: buscar problemas donde no los había y crear de manera constante polémicas que nos distraigan de los problemas reales para los que no se encuentra solución.
Los extremos se abrazan y detrás del afán de prohibir de nuestros gobernantes (los rótulos de las tiendas en castellano y los toros en Cataluña o fumar en los espacios públicos y las descargas de Internet en toda España.) no estarán quizá el reaccionarismo y el moralismo tradicionales pero sí un dogmatismo progresista tan peligroso como el conservador y un ánimo de provocación que busca llevar reivindicaciones cabales que suscribiríamos la totalidad de los ciudadanos a un límite que consiga el rechazo y la irritación de una mitad de ellos así como la adhesión de la otra mitad lo bastante fanatizada para garantizar su permanencia en el poder.
Yo es que creo que vamos a perder todos si nos ponemos así, si algunos empiezan a mirar al vecino a ver si les va a pisar un callo antes de que se lo pise; si algunos van por la vida deseando que el vecino les pise un callo para pararle los pies; si vamos a usar las leyes no para facilitarnos la vida sino para amargárnosla. Tan malo es el fundamentalismo derechista como el derechismo fundamentalista y la extrema derecha como este 'extremo derecho'.
Siempre se ha dicho que éste es un país en el que a alguien le pones un uniforme de conserje y se cree capitán general. Ese estereotipo racial, que se había extinguido con el franquismo, ha vuelto. Ha vuelto -paradójicamente por una sobreactuación de la democracia- el español del uniforme vengador. Y ¡ojo! porque no mira a quién echa el alto.
(Publicado en EL CORREO DIGITAL)
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